Tarde de calor de febrero.
Me fui al tranquito por el callejón de tierra hasta el corral donde estaba encerrado el padrillo árabe muy lastimado, llevando la caja con el instrumental y un balde con remedios para las curas.
Dos o tres pájaros muertos por el sol inclemente, y desparramados con las alas abiertas en la huellita seca, mostraban los rigores de estos días de sol inclemente.
Me acerqué al tremendo animal tordillo y pegó un bufido desconfiado.
-¡Tranquilo Manubrio!- Le dije -¿No te acordás de mí?
-¿Es usté dotor?-
-¡Mas vale! ¿A quién esperabas?-
-¡A nadie! Lo que pasa es que con tanto sol no alcanzo a ver bien muchas cosas ¿Y usté cómo anda? ¡Tanto tiempo!-
-¡Bien Manubrio! Siempre trabajando-
-¿Por?-
-¿Cómo por qué? Porque me gusta curar animales y además porque todavía tengo varios chicos que criar. No le puedo aflojar ¿No te conté que voy a dejar de trabajar en esto a los 100 años?- Le dije riendo
-¡No! ¡No sabía!- Dijo Manubrio, mientras se arqueaba un poco al sentir la aguja de la primera endovenosa -¿Cuánto tiempo viven ustedes las gentes?-
Se me cortó la risa y me quedé pensando mientras le tomaba la anestesia local en una pata, donde debía cortarle un colgajo de piel -¡Y! El promedio serán 70 años…-
-¿Y entonces?- Razonó con corrección
-Lo que pasa Manubrio es que los humanos a veces imaginamos cosas y tratamos de volar hacia eso que imaginamos. Así nos sentimos bien y le damos contenido a nuestras vidas-
-¡Ah!-
-¿Qué?- Le pregunté -¿No entendés lo que te digo?
-¡Sí! ¡Entiendo! Pero capaz que sería mejor que vivieran la vida día a día como nosotros, que a lo sumo nos imaginamos que el balde de maíz que nos toca hoy estará un poco más lleno que de costumbre.
-¡Puede ser Manubrio!- Le dije para no hacerlo sentir mal. Pero seguí convencido de que la imaginación es lo que hizo al humano hacer cosas que lo alejaron cada vez más de la animalidad. Las grandes mentes fueron las que imaginaron mundos nuevos, y el resto de nosotros, como hormiguitas, los construímos.
-¡A la p…! Se quejó Manubrio.
-¡Ya! Aguantá un poquito que ya termino- Y le di el último punto de una hermosa sutura antes de despedirme.
-¡Gracias dotor! A veces me dice cosas raras pero siempre me deja pensando un rato y eso me gusta -¡Chau!-
¡Chau Manubrio!
Me fui al tranquito por el callejón de tierra hasta el corral donde estaba encerrado el padrillo árabe muy lastimado, llevando la caja con el instrumental y un balde con remedios para las curas.
Dos o tres pájaros muertos por el sol inclemente, y desparramados con las alas abiertas en la huellita seca, mostraban los rigores de estos días de sol inclemente.
Me acerqué al tremendo animal tordillo y pegó un bufido desconfiado.
-¡Tranquilo Manubrio!- Le dije -¿No te acordás de mí?
-¿Es usté dotor?-
-¡Mas vale! ¿A quién esperabas?-
-¡A nadie! Lo que pasa es que con tanto sol no alcanzo a ver bien muchas cosas ¿Y usté cómo anda? ¡Tanto tiempo!-
-¡Bien Manubrio! Siempre trabajando-
-¿Por?-
-¿Cómo por qué? Porque me gusta curar animales y además porque todavía tengo varios chicos que criar. No le puedo aflojar ¿No te conté que voy a dejar de trabajar en esto a los 100 años?- Le dije riendo
-¡No! ¡No sabía!- Dijo Manubrio, mientras se arqueaba un poco al sentir la aguja de la primera endovenosa -¿Cuánto tiempo viven ustedes las gentes?-
Se me cortó la risa y me quedé pensando mientras le tomaba la anestesia local en una pata, donde debía cortarle un colgajo de piel -¡Y! El promedio serán 70 años…-
-¿Y entonces?- Razonó con corrección
-Lo que pasa Manubrio es que los humanos a veces imaginamos cosas y tratamos de volar hacia eso que imaginamos. Así nos sentimos bien y le damos contenido a nuestras vidas-
-¡Ah!-
-¿Qué?- Le pregunté -¿No entendés lo que te digo?
-¡Sí! ¡Entiendo! Pero capaz que sería mejor que vivieran la vida día a día como nosotros, que a lo sumo nos imaginamos que el balde de maíz que nos toca hoy estará un poco más lleno que de costumbre.
-¡Puede ser Manubrio!- Le dije para no hacerlo sentir mal. Pero seguí convencido de que la imaginación es lo que hizo al humano hacer cosas que lo alejaron cada vez más de la animalidad. Las grandes mentes fueron las que imaginaron mundos nuevos, y el resto de nosotros, como hormiguitas, los construímos.
-¡A la p…! Se quejó Manubrio.
-¡Ya! Aguantá un poquito que ya termino- Y le di el último punto de una hermosa sutura antes de despedirme.
-¡Gracias dotor! A veces me dice cosas raras pero siempre me deja pensando un rato y eso me gusta -¡Chau!-
¡Chau Manubrio!
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