Hay gente aficionada a la bebida,
personas dedicadas a drogarse sin parar, fumadores crónicos y en la enorme
variedad de vicios, están también los jugadores empedernidos.
En este último grupo cabía cómodamente
un tal Juan Carlos Almirón. Puestero en la Estancia Las Perdices, muy
cerquita de Claraz.
Lo conocí casi sin querer, porque un
cliente mío llevó vacas a capitalizar a Las Perdices, así que una vez por año
iba a hacerles el tacto, y nos pasábamos el día entero entre el trabajo, el
asado y las charlas.
Almirón era un jugador sin remedio.
Apostaba a todo, y vivía cada jugada como si fuera la última. Riñas de gallo,
carreras cuadreras, carreras de galgos, mus, truco y taba, se contaban entre
sus debilidades.
A mí me desafió el primer día que
llegué a Las Perdices. Parados frente a la manga, donde ya estaban encerradas
las 700 vacas para palpar, me dijo:
-¿Y? ¿Qué le parece dotor? ¿Cuántas
vacas vacías habrá?-
Yo lo miré, desconociendo todavía su
afición al juego y le contesté:
-¡No sé Almirón! Este rodeo es
bastante sano y fértil. Si se hicieron las cosas bien no tendrían que salir más
de 45-
-¿Que le juego que salen mas de 60?-
-¡No Almirón! Deje nomás que salgan
las que tengan que salir-
Menos mal que no entré, porque esa
vez hubo 62 vacas vacías y el tipo no paró de lamentarse, por la jugada que
habría ganado contra el veterinario.
Con el tiempo me fui enterando de
otras hazañas del timbero, pero la máxima pasó cuando se mató en un accidente un
tal Menéndez, capataz del campo vecino a Las Perdices.
Se junto un montón de gente para
asistir a los heridos, y en el revoleo, le encargaron a Almirón que se fuera
hasta Claraz, para darle la infausta noticia a la mujer del capataz muerto.
Todavía no eran tiempo de teléfonos celulares.
Almirón llegó a la casa de Menéndez
de lo más preocupado, porque no conocía a la mujer del finadito. Pero dicen que
cuando la señora abrió la puerta, el diálogo fue más o menos así:
-¡Buenas tardes señora! Yo soy
Almirón, puestero de la estancia Las Perdices ¿Usté es la viuda de Menéndez?-
La buena mujer, con una risa
nerviosa le contestó:
-¿Viuda? ¡Yo soy la señora de Menéndez,
pero no soy viuda!-
Entonces el tipo, sacando a relucir
su estirpe jugadora, le dijo sobrador:
-¡Le juego un corderito a que sí es
viuda!-
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