Los K llegaron a la primera presidencia con no más
del 22% de los votos. Atrás quedaban años de intenso despelote, seguidos por el
gobierno de transición de Eduardo Duhalde, que verdaderamente logró encaminar
la economía y ordenar un poco el país.
Al principio me gustó lo que vi. Desde los gestos
austeros e informales del nuevo presidente, hasta varias de las primeras
medidas que tomaron. La economía funcionó bien gracias al trabajo de Roberto Lavagna
y su equipo, se arregló la Corte Suprema, y se intentó ampliar la base
electoral, incorporando al gobierno figuras extrapartidarias. En ese entonces
ya había gente que hablaba mal de ellos, y yo los defendía con entusiasmo.
No sé exactamente en que momento desbarrancaron tan
feo. Supongo que fue en 2008, a raíz del conflicto con el campo, aunque ya hacía
algunos años que habían empezado a mostrar varios de los rasgos autoritarios
que explotaron después.
Fue en ese conflicto que perdieron la línea. Ahí
empezaron los discursos enloquecidos, los insultos sin fundamento, los gritos,
el prepoteo, la patota, y toda la porquería que dividió definitivamente a la
sociedad. Quedamos separados. De un lado los que creyeron que el gobierno era
la gran víctima de la historia, y del otro los que no soportamos la mentira ni
la estupidez.
Encima, la entonces presidenta, al poco tiempo quedó
sola, y muchos la vieron como la pobre mujer desamparada que había que proteger
y ayudar.
Hicieron mucho daño en este tiempo. No solo con la
destrucción de la economía y la justicia, con el robo descarado de bienes del
Estado, o las locuras de la política exterior.
Creo que lo peor fue el daño moral. Llevará mucho
tiempo superarlo.
Eso de querer inculcar su delirio en la mayor
cantidad de personas posible. Me acuerdo de los “linchamientos de periodistas”
en la plaza de mayo, donde ponían fotos de gente intachable como Magdalena Ruiz
Guiñazú, para que sus loquitos pudieran escupirla. Allí había chicos que repetían
esa barbaridad como monos, mientras todo se reproducía por TV. Lo mismo
hicieron al simular el entierro del Dr. Fayt, porque no obedeció sus caprichos.
Pienso en el delincuente de Boudou, haciendo saltar de sus puestos a dos
miembros destacados de la Justicia que osaron acusarlo, o en la bestialidad de los
rentistas de La Cámpora, repartiendo pecheras con su logo en jardines de
infantes y colegios primarios. ¿Cómo no despreciar el multimillonario
despilfarro de recursos que hicieron para generar sus movilizaciones? Cada acto
con la jefa, o fiesta del bicentenario, o festejo del regreso de la Fragata
Libertad a Mar del Plata, implicó una movida increíble de gente y dinero, solo
para que ella se diera el gusto de aparecer en medio de una multitud
enfervorizada, que le acariciaba el ego.
¿Y cuando Bergoglio se transformó en Francisco? Ese
día yo volví contento de un viaje hasta Balcarce. La noticia me pareció
maravillosa. Pero me encontré con que varios pibes de San Manuel, ya quemados
por la idea K, habían escrito en Facebook: ¡Te odio Bergoglio! ¡Cura genocida!
¡Me siento mal por esto! ¡Es el peor día de mi vida! Y otros disparates
semejantes, que se reprodujeron por todos lados, hasta que la jefa entendió que
el hombre tendría infinitamente más poder que ella, cambió su discurso, y se arrastró
falsamente hasta el fin de su mandato.
Siento que fue algo patético y denigrante que nos
fue anestesiando. A una bestialidad sucedía otra mayor, y fuimos perdiendo la
capacidad de asombro.
En otras notas he comentado que me parece fundamental
la conducta y la imagen que trasmite un presidente. Que no es menor que un tipo
que llega a serlo, diga sin problemas que “recibirse con un 4 es lo mismo que
con un 10”, o que se pase las leyes por el traste manejando una Ferrari a 200
km/h, o que desprecie a un montón de colegas presidentes llegando a las
reuniones cuando se le canta, o que insulte a un ciudadano cualquiera desde un
escenario teniendo todo el poder del estado o, todavía peor, que mientras le
toca gobernar se apropie indebidamente de inmensas riquezas. Estos no son
hechos particulares. Son cosas que la sociedad mira. Y si esas cosas las hacen
o las dicen los presidentes y los que los rodean, estamos jodidos.
¿Cómo pedirle a un chico que estudie y se rompa el
alma para ser alguien de provecho? ¿Cómo exigirle a un productor, o a un
industrial, que pague alegremente sus impuestos si todo se lo afanan? ¿Cómo
hacerle entender a un “militante”, que los que piensan distinto no son sus
enemigos y corresponde matarlos a palos?
Hoy, 20 de diciembre de 2015, estoy contento. Todo
esto terminó. Tengo una enorme esperanza en el futuro del país, y me gusta cómo
va dando sus primeros pasos el nuevo gobierno. Hacía días que no escribía en el
blog, pero creo que era porque tenía esto atragantado y no me resolvía a
largarlo.
¡Listo! ¡Ya
está!
Excelente post
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