Es sabido que por San Manuel está lleno de duendes.
Lo que pasa es que solo los pueden ver las personas que ellos quieren que los
vean. Nada más. Es por eso, que en los años de vida del pueblo, solo hubo cinco
personas que los vieron, conversaron con ellos, y además, recibieron los dones.
El último fue el pequeño Hilario. Tenía solo cinco
años cuando un día, jugando entre las bolsas en el galpón de la estancia, se
los encontró. Eran personas chiquitas. De no más de quince centímetros de alto,
pero bien formaditas y con ropa limpia y arreglada. Grandes conversadores y muy
juguetones. Pronto se hicieron amigos de Hilario. Para el muchachito fue como
encontrar un juguete permanente. Hablaban de mil temas distintos, inventaban
juegos y travesuras, y hasta se durmieron muchas veces la siesta todos
amontonados sobre los cueros de oveja.
Un día empezaron a enseñarle. Le explicaron como
hacer madejas y tejer el viento, como enredar los pensamientos de la gente, como
hacer llover para arriba, y tantas cosas más que saben los duendes.
Ese mismo año Hilario empezó el Jardín de infantes.
Como era muy tímido, por ser hijo único y haberse criado más con los perros que
con otros chicos, pronto sus nuevos compañeros del pueblo, empezaron a hacerle
burlas y todos los daños de que son capaces los niños.
Hilario aguantaba y aguantaba. A veces lloraba
solito en un rincón. Hasta que un día, un gordo malo que siempre lo hostigaba, empezó
a decirle barbaridades, provocando por primera vez la reacción de Hilario. Se
paró de frente al gordo, lo miró muy fuerte y fijo, y de pronto el malo abrió
los ojos grandotes y quedó paralizado. La situación era muy brava, porque
Hilario no aflojaba con la cara de malo y el resto de los chicos ya empezaba a
llorar y hacerse pis del miedo.
En ese momento, al sentir el alboroto, entró la
maestra al aula. Hilario, para disimular, ensayo una sonrisa, y el gordo pudo
moverse de nuevo. Y tan contento estaba de recuperar el movimiento, y asustado
también, que salió corriendo del Jardín y le metió derechito hasta su casa.
Desde ese día, Hilario fue una especie de líder para
los chicos del pueblo. Siempre los sorprendía con algún truco nuevo y, lo que
es más importante, cuando crecieron y empezaron a ir a bailar a Lobería, cada
vez que se armaba lío con los de la ciudad vecina, Hilario arreglaba el asunto
con su ya famosa cara de malo paralizante.
Este año se fue a estudiar veterinaria a Tandil. Seguro
que pronto oiremos hablar de sus nuevas hazañas.
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