Manejar el lazo es un arte. Y no hablo de los que lo usamos para trabajar y nos defendemos algo, sino de los verdaderos artistas que se crían correteando ovejas, terneros y grandes animales, con sus cuerdas bien engrasadas. Da gusto estar en una yerra y deleitarse con los enlazadores y pialadores que abundan por estas pampas.
Allá repuntan un lotecito de terneros en un rincón y el maestro enlazador, siempre bien montado, avanza con el lazo en la mano y una armada lo mas grande posible para que el tiro sea vistoso. En cuanto elige a uno de los terneros revolea suavemente, y como si fuera facil lo dificil, lo "toma" limpiamente y sale con él de tiro entre dos filas de buena gente pialadora que se cruza chistes y alaridos. Llegado a la punta del callejón lo suelta y el animalito, al buscar a sus compañeros, se manda a la carrera entre montones de lazos que se alzan en el aire. Y salen entonces los tiros de volcado o de reves hasta que alguno lo piala de la mejor manera y el animal, sujeto de ambas manos, cae dando una vuelta en el aire, mientras algunos corren a "apretarlo" y manearlo, dejandolo listo para castrar, marcar y eventualmente señalar con alguna muesca en la oreja.
Y mientras los hombres trabajan y juegan incansables toda la mañana, cerquita de un fuego grande, un criollo mayor y con algún achaque que no lo deja trabajar, se esmera haciendo un cordero al asador y montones de chorizos y testículos recién sacados en la parrilla, las mujeres preparan las ensaladas para el mediodía, empanadas jugosas y crocantes, algún fiambre para picar antes de almorzar, pasteles bañados en exquisito almibar y algunas especialidades propias de cada casa, como el lechón arrollado o el matambre relleno.
La mesa larga se prepara a la sombra de las plantas mas frondosas y se lucen las jarras con vino tinto frío y las de jugo para rebajarlo. Alguno que se ha cansado, se acerca a la mesa cada tanto y despues de algunos tragos apurados y algun chiste con "las chicas", vuelve animoso al trabajo recuperado del todo.
A mediodía se hace un alto, y todos corren a lavarse en la bomba o el tanque, y toman posiciones frente a la mesa inagotable, comiendo y tomando cantidades enormes de aquellos manjares, hasta que medio adormecidos por el cansancio y el manducaje, se recuestan en los pastos a escuchar al infaltable cantor y guitarrero, que alterna con el que improvisa versos picarescos llenando de risas el ambiente. Y por fin, el encargado de la yerra, parandose gravemente, indica que la cosa debe seguir y sale al tranco hasta el corral para ensillar el caballo y recomenzar la tarea. ¡Así son los días de yerra! ¡Una fiesta!
Allá repuntan un lotecito de terneros en un rincón y el maestro enlazador, siempre bien montado, avanza con el lazo en la mano y una armada lo mas grande posible para que el tiro sea vistoso. En cuanto elige a uno de los terneros revolea suavemente, y como si fuera facil lo dificil, lo "toma" limpiamente y sale con él de tiro entre dos filas de buena gente pialadora que se cruza chistes y alaridos. Llegado a la punta del callejón lo suelta y el animalito, al buscar a sus compañeros, se manda a la carrera entre montones de lazos que se alzan en el aire. Y salen entonces los tiros de volcado o de reves hasta que alguno lo piala de la mejor manera y el animal, sujeto de ambas manos, cae dando una vuelta en el aire, mientras algunos corren a "apretarlo" y manearlo, dejandolo listo para castrar, marcar y eventualmente señalar con alguna muesca en la oreja.
Y mientras los hombres trabajan y juegan incansables toda la mañana, cerquita de un fuego grande, un criollo mayor y con algún achaque que no lo deja trabajar, se esmera haciendo un cordero al asador y montones de chorizos y testículos recién sacados en la parrilla, las mujeres preparan las ensaladas para el mediodía, empanadas jugosas y crocantes, algún fiambre para picar antes de almorzar, pasteles bañados en exquisito almibar y algunas especialidades propias de cada casa, como el lechón arrollado o el matambre relleno.
La mesa larga se prepara a la sombra de las plantas mas frondosas y se lucen las jarras con vino tinto frío y las de jugo para rebajarlo. Alguno que se ha cansado, se acerca a la mesa cada tanto y despues de algunos tragos apurados y algun chiste con "las chicas", vuelve animoso al trabajo recuperado del todo.
A mediodía se hace un alto, y todos corren a lavarse en la bomba o el tanque, y toman posiciones frente a la mesa inagotable, comiendo y tomando cantidades enormes de aquellos manjares, hasta que medio adormecidos por el cansancio y el manducaje, se recuestan en los pastos a escuchar al infaltable cantor y guitarrero, que alterna con el que improvisa versos picarescos llenando de risas el ambiente. Y por fin, el encargado de la yerra, parandose gravemente, indica que la cosa debe seguir y sale al tranco hasta el corral para ensillar el caballo y recomenzar la tarea. ¡Así son los días de yerra! ¡Una fiesta!
Todo el almuerzo que relato bien podria prepararse ahora para las fiestas!!!!! Eso si sin tanta tierra en los corrales en una playita con bermudas y ojotas como te gustan a vos esos personajes,ja,ja,ja,ja.
ResponderEliminarQue lindos recuerdos me trae el relato de Don Jorge.
ResponderEliminarRevivo esos años, cuando de chico visitaba a mis abuelos y tíos que vivian en el campo, en los pagos de Urdampilleta, partido de Bolívar y participaba de la yerra, generalmente como expectador de las tareas rurales, aunque a veces me dejaban participar ayudando en esto o en aquello, ya que yo era el "pueblero" que conocía poco de las tareas rurales.
Realmente las cosas sucedían como las ha contado.
Un abrazo y gracias por avivar en mi memoria recuerdos tan queridos de quienes ya no estan.
Guillermo