Natalio Reguilon trabajó muchos años en el campo de los Almada. Tenía un viejo Falcon verde y redondeaba el sueldo recolectando y vendiendo productos de la naturaleza. Se pasaba el año en tareas de época. Cuando empezaba la primavera se lo veía entrar en cueros, de la cintura para abajo, en cuanta laguna y arroyo grande hay en la zona. Se llegaba hasta los nidos de patos, gallaretas, teros reales, chajáes, cisnes y otros pájaros acuáticos, y recolectaba con cuidado los productos avícolas. Y cada tanto aparecía por San Manuel con cajas chicas de cartón llenas de huevos blancos, celestes, pintados, marrones y de los tamaños más increíbles. Desde los chiquitos de los teros, hasta los del tamaño de una mandarina de los chajáes.
-¡Ya están probados!- Decía, cuando uno le preguntaba si no estarían con pollitos adentro. La verdad es que casi nunca nos encontrábamos con un pichón al hacer una tortilla. Natalio era un campeón en la provisión de huevos exóticos.
En los meses fríos se dedicaba a las vizcachas y los peludos. Los vendía ya carneados y crudos, en escabeches exquisitos o simplemente sancochados. Como hay gente medio delicadita para comer peludo, a veces se esmeraba y les hacía llegar alguna mulita. Pero esto era cosa excepcional, porque decía que matar mulitas ¡Le daba lástima!
Y todas estas cosas se perdieron cuando Natalio se fue del pueblo. Hace poco supimos que anda por su Chaco natal, tal vez enredado en cacerías de otras especies, pero seguramente siempre recorriendo los campos como a él le gustaba. A nosotros nos quedó el recurso de meternos cada tanto a huevear en las lagunas. Pero ya no es lo mismo.
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