El cura del pueblo es un hombre de
acción. Tiene como ochenta años pero se lo puede encontrar trepado en las
escaleras pintando el colegio, cortando el pasto de la casa parroquial,
haciendo de mecánico en el taller de Coco, arreglando los telones en el escenario
del gimnasio, o cualquier otra ocupación que demande energía y esfuerzo físico.
Hace tiempo que veía que la figura
del Jesús que pusieron en la punta del Cerro El Toro, donde termina el bonito
calvario, estaba medio deslucida por los soles, vientos y fríos que viene
aguantando desde hace varios años, así que decidió llevarla a Mar del Plata
para que la restauraran. Con ayuda del carpintero, bajaron la enorme cruz de
quebracho y cargaron el Cristo, de tamaño natural, en la caja de la camioneta.
A la ida no hubo ningún inconveniente, pero a la vuelta, el cura decidió parar
en Balcarce, para almorzar en la casa de un hermano. Traía el Jesús acostadito
en la camioneta, prolijamente tapado el cuerpo, pero con las dos patitas
asomando debajo de la frazada.
Ese fue el momento fatal en el que
María de las Mercedes Alonso, una vecina chusma y mirona, vio lo que vio. Al
asomarse por la ventana que da a la calle, le llamó la atención la camioneta
forastera estacionada frente a su casa, con la tapa de la caja abierta, y
después de esto, le corrió un frío por la espalda, cuando se topo con los dos
pies desnudos de un tipo, asomando debajo de una frazada.
-¡Ramón!- Le grito a su marido – ¡Vení
a ver! ¡Hay un muerto! ¡Hay un muerto!-
Cuando el viejo Ramón se apersonó frente
a la ventana, comprobó que su mujer tenía razón. Frente a ellos estaba la
noticia.
Llamaron al 911 dando cuenta del
asunto y prefirieron no revelar sus nombres, por miedo a que el asesino los
descubriera ¡Habrase visto! La policía les pedía identificación siendo ellos
vecinos de gente tan peligrosa.
Al ratito nomás, llegaron dos
patrulleros al lugar y la milicada se bajo con todas las precauciones,
llevando, por las dudas, las manos a la cintura para desenfundar las armas sin
demora.
El oficial Juan Ordoñez, de la
policía de Balcarce, hombre corajudo por demás, fue el que se arrimó primero al
vehículo, corrió la manta con cuidado y se dio cuenta de lo que había pasado. Sabedor
de que el delator andaba por ahí cerca, entonó la voz y gritó:
-Al alcahuete que pasó un dato
falso, le hago saber que el occiso NN es solamente un muñeco, así que le pido
que no jorobe mas a la policía con estupideces-
Yo ví irse la imágen en camioneta desde la carpintería. Increíble la anécdota....gracias por compartirla, Jorge
ResponderEliminarYo ví irse la imágen en camioneta desde la carpintería. Increíble la anécdota....gracias por compartirla, Jorge
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