Nunca
se supo bien de donde venía Pedro Albornoz. Entró como puestero en La Serrana
en el 96. Se instaló con sus pocas pilchas en el rancho del fondo del campo.
Pasando la sierra. Y se quedó nomás. Ese puesto había estado abandonado mucho
tiempo así que los primeros meses se le fueron acomodando el adobe de algunas
paredes, reparando corrales y tranquerones, blanqueando con cal, combatiendo
ratas, lauchas y comadrejas, cambiando chapas del techo y cubriendo después con
paja, limpiando el monte y quemando pilas de basura. Siempre fue de tener
muchos perros y en La Serrana se consiguió también algunos gatos que le dieron
una mano para luchar contra los roedores. Es un tipo callado. Me tocó compartir
con él muchos trabajos de manga. Prefiere quedarse a caballo echando hacienda
en el embudo y desde allá nos observa. Es rara la ocasión en que interviene en
alguna charla. Ni siquiera cuando paramos a comer o a tomar mate. Alguna vez le
pregunté a Luis, su patrón, que sabía de la vida anterior del hombre, pero
hasta para él era un misterio. Le llegó al campo por recomendación de un
vendedor de hacienda de Santa Rosa, en La Pampa.
Pedro
nunca sale. Baja al pueblo solo una o dos veces al año y las cosas que precisa
se las va encargando a Luis. Cada tanto agarra algún ciervo para comer y en el
patio de su rancho lucen cueros de montones de bicharracos del campo secándose
al sol. Y es de fierro para el trabajo. Cuida las vacas como si fueran suyas.
Hace
dos meses descubrimos algunas hojas más del libro de la vida de Pedro. La mujer
de Luis se puso a buscar en Internet el apellido Albornoz en la zona de Santa
Rosa, y apareció una señora en un pueblito, a la que consultó por su empleado.
Increíblemente era una sobrina de Pedro, que le contó parte de su historia.
Resulta
que Pedro y Matilde, su mujer, tenían un único hijo. Era la luz de sus ojos. A
principios del 96, el muchacho se casó y se fue de viaje de bodas a Mar del
Plata, pero quiso la suerte que el Falcon en que viajaban se diera de frente
con un Mercedes 1114 cargado con trigo. Murieron los dos. Cuando se enteraron
de la noticia, la pobre madre, desesperada, salió corriendo por el campo y
Pedro cayó fulminado en el mismo patio de su casa. Mientras tanto Matilde,
ciega de dolor, se tiró al jaguel y murió ahogada.
Pedro
no lloró. Se fue del campo y buscó nuevos caminos. Solo para siempre.
pobre hombre!, qué dolor tan grande...cómo se hace para seguir adelante?
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