Ayer lo volví a ver después de casi
tres años. Se ha puesto muy viejito. Camina dolorosamente y esta rengo sin
remedio. Arrastra la osamenta pero se mueve. Parece que el tiempo le hubiera
pegado un latigazo y después, arrepentido, le hubiera perdonado la vida. Tal
vez todavía tiene alguna misión en la tierra. Será que hasta el último ser vivo
es parte del movimiento del mundo. Cuando muera se lo comerán los chimangos,
los caranchos, los peludos, las hormigas y los gusanos. Mientras tanto, él se
mantiene con los pocos pastos que corta con los tronquitos de sus viejos
dientes.
Me acerqué despacio y lo saludé:
-¿Cómo anda compañero?-
El petiso cara e´guiso, aquel
caballito del que ya les hable en estas mismas páginas, se dio vuelta, e
increíblemente me reconoció.
-¡Hola dotor! ¡Tanto tiempo! ¿Qué
anda haciendo por acá?-
-Tengo que revisar unas vacas en
este campo, así que me hice un ratito para venir a saludarte ¿Cómo estás?-
-¡Contento y tranquilo dotor! Estoy
en mi lugar, puedo caminar, tengo algo para comer, veo el sol todos los días y
a veces, aparece algún amigo como usté a saludarme ¿Qué mas puedo pedir?-
-¡Que bueno hermano! Que lindo estar
así como vos, contento con tan poquito. Ya sabrás que los humanos somos un poco
mas complicados-
-Serán mas complicados, pero
tendrían que acordarse de que al final, van a terminar igual que yo, comidos
por los bichos… ¡Ah! Y que no se van a llevar nada para los campos de allá
arriba-
-¡Que lo tiró petiso! ¡Siempre
conseguiste dejarme pensando!
El petiso se rió despacio, se dio
vuelta y se fue al tranquito. Había visto que venía Corvalán con sus perros, y
a esos revoltosos, con sus ladridos, ya no los aguantaba ¡Cosas de viejo!
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