Gustavito Rodríguez parecía sordo.
Nunca contestaba cuando se le hablaba. Desde chico fue así. Pero estas cosas no
son del todo valoradas cuando la familia es muy grande y la atención se reparte
entre ocho hermanitos.
La cuestión es que cuando entró en
primer grado, la maestra llamó a Macedonio y Elvira Rodríguez al colegio, y les
explicó que, según su opinión, Gustavito tenía algún problema auditivo y que
sería bueno hacer una consulta médica.
-¡Pero al tractor lo escucha
clarito!- Protestó Macedonio, al que los médicos daban pavura y se jactaba de
no haber pisado jamás un consultorio, hasta que Elvira tuvo que tener su primer
hijo.
-¿Cómo que al tractor lo escucha?-
Preguntó la maestra.
-¡Mas vale! En cuanto pongo en
marcha el tractor, Gustavito se viene para el galpón a pedirme que lo lleve
conmigo ¡Y hasta sabe si el motor está fallando o no!-
-¡Bueno! Dijo la esforzada maestra
-¡Como quieran! Pero es una lástima porque el chico es inteligente y se va a
atrasar mucho-
La mención sobre la capacidad del
hijo, fue el mejor estímulo para los Rodríguez. A la semana siguiente se
presentaron en el consultorio del Dr. Bermudez en Ayacucho.
El galeno estudió detenidamente el
caso y le hizo un montón de pruebas a Gustavito. El asunto le llamó la atención,
porque el chico no parecía tener un problema físico. Pero no respondía. En un
momento Bermudez pidió a los padres que se retiraran y quedó a solas con
Gustavito. A los quince minutos los hizo pasar nuevamente y les dijo que
pensaba que lo mejor era ver un psicólogo, porque no entendía que estaba
pasando con su muchacho.
Esa noche, ya de vuelta en casa,
Macedonio lo agarró aparte a Gustavito y muy intrigado, se le puso cara a cara
y hablándole muy claro le preguntó: -¿Qué pasó en lo del doctor cuando nos hizo
salir para afuera?- Y Gustavito, que en realidad no tenía nada de sordo, le
contestó avergonzado: -Primero me dijo si me estaba haciendo el loco y después,
se me puso cerquita de la oreja y me preguntaba cada vez mas fuerte… ¿Cómo te
llamas? ¿Cómo te llamás? ¿Cómo te
llamás?-
-¿Y por qué no le contestaste?-
Preguntó Macedonio, ya entrando en calor con todo el asunto de la sordera.
-¡Porque no me gusta que me griten!-
-¡Ah! ¿No te gusta que te griten?
¡Yo te voy a enseñar a reírte de nosotros!- Y el acertado manejo del cinturón,
tuvo la virtud de aclarar milagrosamente los oídos de Gustavito, que desde ese
día oyó cada una de las consignas de la maestra, aunque se sentaba en el último
banco.
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