Juan Zamudio tenía un campito cerca
del paraje La Bodega ,
a unos pocos kilómetros de San Manuel. Digo que tenía, porque Juan falleció
hace algunos años y sus cosas se vendieron en remate judicial.
Sus vecinos, los Andersen, lo
querían como a un pariente. Se criaron juntos y compartieron casi toda la
infancia.
La cuestión es que los Andersen, por
distintos motivos, se fueron yendo del campo a vivir en otros lugares, y solo
quedó uno de ellos, Abel, para cuidar la chacra y atesorar recuerdos.
En el invierno de 1990, Abel se fue
de viaje a las Cataratas con un contingente de jubilados, pero la mala suerte,
quiso que allá en Misiones, Abel muriera por un paro cardíaco. Después de los
trámites de rigor y averiguaciones del caso, la empresa funeraria, organizó el
traslado del occiso hasta el pueblo más cercano a su domicilio declarado, es
decir, San Manuel.
El coche negro con el cadáver a
cuestas, llegó al pueblo un 2 de agosto, en pleno temporal. El chofer y su
acompañante preguntaron a los vecinos donde vivía Abel Andersen y si tenía
algún pariente cerca. Varios comedidos, les indicaron que el muerto habitaba un
campo de La Bodega ,
y que lo mas cercano, a su juicio, era el señor Juan Zamudio, vecino y amigo
del finado.
Hasta la casa de Juan se fueron los
cuervos, chapaleando barro y maldiciendo su perra suerte.
-¡Buen día amigo!- Parece que le
dijeron a Zamudio -¿Usted lo conocía a Abel Andersen?-
-¡Y como no lo voy a conocer si nos
criamos juntos! ¿Qué le pasó?-
-¡No nos dijeron nada! ¡Pero acá se
lo traemos en el cajón! ¡Usted lo tiene que cuidar hasta que venga la familia a
buscarlo!- le explicaron, sin darle tiempo para asimilar la doble noticia de la
muerte y de su responsabilidad.
Y así nomás, sencillo como era y sin
muchas vueltas, el bueno de Zamudio les dijo que entraran el cajón al galpón y
lo pusieran arriba de las bolsas para que no se humedeciera.
Terminado el movimiento, el chofer
sacó una carpeta y mostrando la factura, le dijo a Juan que el traslado costaba
5000 pesos.
-¿Cinco mil pesos? ¿Y de donde voy a
sacar tanta plata? ¡No viejo! ¡Yo no les pago nada! Carguen de nuevo el cajón y
se lo llevan-
Los funebreros se miraron, evaluaron
la situación, sopesaron la lluvia que estaba cayendo, y por fin, el acompañante
dijo:
-¿Y cuanto nos puede dar?-
-¡Esperen un cachito!- Dijo Juan,
viendo el buen negocio que se le presentaba. Se fue al tranco lerdo hasta la pieza
y volvió al rato.
-¡Solamente tengo mil pesos!-
-¡Está bien! ¡Démelos y que sea lo
que Dios quiera!-
-¡Ah! Pero me tienen que dejar la
boleta para poder cobrarles a los parientes-
Los cuervos se dieron cuenta de la
astucia, pero lo único que querían era irse cuanto antes, así que liquidaron el
asunto y se fueron casi sin despedirse.
Al mes siguiente, vinieron dos de
los hermanos de Abel a retirar el cadáver. Se abrazaron con Juan, le pagaron
los 5000 pesos que indicaba la factura del traslado, charlaron un poco,
cargaron al difunto en la caja de una vieja camioneta Ford `66, y se fueron.
Dicen que al despedirse, Juan pasó
la mano por el cajón, y medio moqueando, dijo:
-¡Gracias hermano por todo lo que me
diste!-
No hay comentarios:
Publicar un comentario