José Garavelli fue un vecino muy
conocido de San Manuel. Hijo de inmigrantes italianos, hablaba un cocoliche muy
gracioso, lleno de palabras mezcladas del español y el italiano de sus padres.
Trabajó mucho en la bolsa, en épocas en que la producción de granos se movía en
carretas hasta el pueblo, y después se trasladaba en tren hasta el puerto de
Quequén.
Garavelli, además, era pituquito y mujeriego.
Una de sus hazañas más recordadas fue con la Porota , una enfermera muy vistosa de Tandil, que
trabajó varios meses en la Sala
de Primeros Auxilios. El tipo aseguraba que tenía un romance con la chica y que
ella moría por él. Una tardecita de verano, estaba la barra de amigos tomando
fresco en la vereda del club Atlético. Allí estaba Garavelli, enredado en
charlas y cuentos. De pronto la vieron venir muy oronda a la Porota. Cuando pasó al lado del
grupo de hombres que la descuartizaban con la mirada, Garavelli se adelantó
galantemente y le dijo:
-¡Porotita! ¿Nos vemos esta noche?-
La morocha se dio vuelta y sin
dudarlo le contesto:
-¡Garavelli! ¡Por que no te vas a la
rep… madre que te recontrapa…!-
Todos quedaron pasmados con el
maltrato de la linda, hasta que Garavelli, tipo canchero, dijo:
-¡Como disimula la chiquita!
¿Vieron?-
Ya de grande, y medio maltrecho por
los trabajos brutos, Garavelli consiguió un laburito bien liviano. Todas las
mañanas esperaba el colectivo en la estación de servicio, y se encargaba de
llevar dos maestras que venían desde Lobería, hasta la escuelita de La Bodega. El viaje lo hacía en
una jardinera, tirada por un caballito blanco muy trotador. Un día, ya casi
llegando a la calle donde doblaban para recorrer los últimos mil metros hasta
la escuela, Garavelli vio que en el campo de los Almaraz, el padrillo estaba en
trámite de servir a una yegua. Toda la función estaba por suceder al lado del
alambrado, así que el cochero se entusiasmó con el excitante espectáculo. Y
tanto se entusiasmó, que en lugar de doblar donde tenía que doblar, siguió de
largo. Entonces, una de las maestras le pegó el grito:
-¡Le erró Garavelli!
Y el pobre hombre, aturdido por la
bestial escena de sexo, se dio vuelta y dijo:
-¡Que le va a errar señorita, si se
lo mandó hasta el tronco!-
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