El “Tumba” Gargarella es un tipo bastante especial.
Ayer me contaron dos historias que lo pintan de cuerpo entero.
Vive en el campo, en una casita modesta cerca del
Paraje Dos Naciones. Solo. Porque no parece que haya mujer capaz de aguantarlo.
Debe tener cerca de cincuenta años.
Hace un tiempo salió a recorrer su lotecito de 30
vaquillonas negras, de las que estaba más que orgulloso, pero se encontró que
entre las mismas, comía tranquilamente el gran toro pampa de su vecino, al que
ya conocía muy bien por su fama de saltarín de alambrados. Furioso por la
evidencia de que había montado a dos o tres de sus vaquitas, lo llevó
inmediatamente a la manga, y no tuvo mejor idea que inyectarle medio litro de
nafta super en los testículos. Después lo largó, y le mandó los perros para que
lo sacaran corriendo. El toro se movía con dificultad por la gran distensión
del escroto, que se había convertido en una gran bolsa de nafta, así que los
pichichos aprovecharon a morderlo por sus partes, y tomar de paso, unos buenos tragos
de combustible.
Al rato cayó el Tumba en la veterinaria, con sus
perros vomitando escandalosamente. Así fue como me enteré de la hazaña.
Otra particularidad de Gargarella es su apetito
voraz. A los pocos días de aquel suceso, cayó en lo de Fermín Ocote y lo
invitaron a almorzar. La señora de la casa se mandó un tremendo estofado con
carne de capón y papas, que sirvió humeante en una descascarada fuente de loza
amarilla.
El Tumba se sirvió apuradito, y en el primer
movimiento, se metió en la boca una papa entera. El tubérculo estaba hirviendo,
así que Gargarella no encontraba la forma de morderlo, lo empezó a revolver con
la lengua, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. Hasta que no aguantó
más. Escupió la papa en su mano grandota y declaró:
-¡Cierto! ¡Me acordé que no me gustaban las papas!
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