Por suerte, cuando uno se acostumbra a conversar con
los animales, es más fácil llegar a un buen diagnóstico. Hace unos días me tocó
atender una bonita ternera Angus colorado, de casi 290 kilos. En unos días más
la cargarían para llevar a la Exposición Rural de Palermo, y la gente de la
Cabaña tenía bien fundadas esperanzas de que haría un gran papel. Pero quiso la
fatalidad, que el martes amaneciera con una pata en el aire. No hizo falta una
revisación muy detallada para entender que el pobre animal tenía una fea fractura en
la tibia izquierda.
Mirándola con tristeza desde el alambrado, nos
quedamos Bonifacio Gutiérrez, el cabañero, Manuel Quintana, el dueño, los dos
chicos ayudantes de la cabaña, y yo.
-¿Qué le habrá pasado?- Preguntó Manuel, que además
de triste estaba bastante enojado, y tratando de encontrar un culpable del
insuceso.
-¡No se!- Dijo Bonifacio -¡Anoche estaba lo más bien
y hoy la encontramos así!-
-¿Pero cómo es posible? ¿Cómo se va a fracturar si
está sola en el piquete y nadie la molesta? ¿No habrá andado alguno metiéndose
en la cabaña? ¿Vos que opinás Jorge?-
El asunto se estaba poniendo picante por la presión
de Manuel, así que antes de contestar, me volví a meter en el corral y me
acerqué a la doliente.
-¿Qué pasó?- Le pregunté en voz baja.
La ternera no parecía demasiado dolorida, aunque
esto es común en los bovinos, que tienen un alto umbral de percepción
del dolor. De todas maneras, unas lágrimas le asomaban de sus ojos renegridos,
tal vez pensando en la gloria palermitana que se le había escapado.
-¡Pasó que tuve mala suerte dotor! Anoche estaba
entredormida y se apareció Fabián, el perro de Bonifacio. Me asusté cuando
sentí que estaba al lado mío, pegué un salto, salí corriendo hasta allá al
fondo donde hay más pasto, y no vi la boca de la cueva. Todavía debe estar el
resbalón al costado. Así me quebré ¡Que mala pata dotor!-
Le acaricié un rato el lomo y volví a donde estaba
la gente.
-¡Yo creo que esto es cosa del azar! ¡Digamé
Bonifacio! ¿No habrá alguna cueva en el piquete donde se pueda haber tropezado?
-¡La verdad es que no se Jorge! Aunque hay tanta
cantidad de peludos que alguna puede haber ¡Si quiere nos fijamos!
-¡Acá está!- Gritó uno de los muchachos. Allá al
fondo, tal como me había dicho la colorada, estaba la cueva maldita, con un
borde desarmado por el infortunado tropiezo de la ternera.
El caso estaba cerrado.
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