domingo, 21 de julio de 2019

Una ayuda en el diagnóstico




Por suerte, cuando uno se acostumbra a conversar con los animales, es más fácil llegar a un buen diagnóstico. Hace unos días me tocó atender una bonita ternera Angus colorado, de casi 290 kilos. En unos días más la cargarían para llevar a la Exposición Rural de Palermo, y la gente de la Cabaña tenía bien fundadas esperanzas de que haría un gran papel. Pero quiso la fatalidad, que el martes amaneciera con una pata en el aire. No hizo falta una revisación muy detallada para entender que el pobre animal tenía una fea fractura en la tibia izquierda.
Mirándola con tristeza desde el alambrado, nos quedamos Bonifacio Gutiérrez, el cabañero, Manuel Quintana, el dueño, los dos chicos ayudantes de la cabaña, y yo.
-¿Qué le habrá pasado?- Preguntó Manuel, que además de triste estaba bastante enojado, y tratando de encontrar un culpable del insuceso.
-¡No se!- Dijo Bonifacio -¡Anoche estaba lo más bien y hoy la encontramos así!-
-¿Pero cómo es posible? ¿Cómo se va a fracturar si está sola en el piquete y nadie la molesta? ¿No habrá andado alguno metiéndose en la cabaña? ¿Vos que opinás Jorge?-
El asunto se estaba poniendo picante por la presión de Manuel, así que antes de contestar, me volví a meter en el corral y me acerqué a la doliente.
-¿Qué pasó?- Le pregunté en voz baja.
La ternera no parecía demasiado dolorida, aunque esto es común en los bovinos, que tienen un alto umbral de percepción del dolor. De todas maneras, unas lágrimas le asomaban de sus ojos renegridos, tal vez pensando en la gloria palermitana que se le había escapado.
-¡Pasó que tuve mala suerte dotor! Anoche estaba entredormida y se apareció Fabián, el perro de Bonifacio. Me asusté cuando sentí que estaba al lado mío, pegué un salto, salí corriendo hasta allá al fondo donde hay más pasto, y no vi la boca de la cueva. Todavía debe estar el resbalón al costado. Así me quebré ¡Que mala pata dotor!-
Le acaricié un rato el lomo y volví a donde estaba la gente.
-¡Yo creo que esto es cosa del azar! ¡Digamé Bonifacio! ¿No habrá alguna cueva en el piquete donde se pueda haber tropezado?
-¡La verdad es que no se Jorge! Aunque hay tanta cantidad de peludos que alguna puede haber ¡Si quiere nos fijamos!
-¡Acá está!- Gritó uno de los muchachos. Allá al fondo, tal como me había dicho la colorada, estaba la cueva maldita, con un borde desarmado por el infortunado tropiezo de la ternera.
El caso estaba cerrado.

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