sábado, 12 de octubre de 2019

¡Hay gente ingeniosa!


Hace más de cincuenta años, trabajaba en la Estancia “Las Acacias”, cerca de Claraz, un matrimonio sin hijos. Los Barbona. Él era peón general y ella cocinera. Los patrones, una familia tradicional y muy pudiente, los tenían en gran estima, porque eran personas excelentes. Bien dispuestos, serviciales, siempre alegres y con buen ánimo.
Resulta que Carlos Barbona decidió hacerse la casita en el pueblo, y no había plata que le alcanzara, así que después de pensarlo bien, tomó una decisión: La sentó a María y mirándola fijamente le dijo: -¡María! Para tener la plata que nos falta tenemos que morirnos…
-¿Pero vos estás loco? Yo prefiero no tener casa pero seguir viva.
-¡No! Escucháme y hacé lo que te digo. Vamos a hacer una broma y calculo que nos va a salir bien. Primero me voy a morir yo. Vos andá desesperada y llorando a la oficina para avisarle a Don Eduardo de mi muerte y veremos lo que pasa.
Y diciendo y haciendo, Carlos se tiró sobre la cama, se tapó con una sábana blanca y se hizo el muerto. Tremenda fue la impresión de Don Eduardo cuando vio llegar a María dando alaridos y con la cara bañada en lágrimas. Cuando ella pudo por fin hablar y le explicó lo que había pasado, Don Eduardo se llenó de tristeza, ahí nomás le dijo a su secretario que hiciera un cheque de $ 10.000 para los gastos del sepelio, y le prometió a María, que al rato nomás irían a ayudarla con los preparativos del velorio.
María volvió a su casa feliz con el cheque y entonces Carlos, le dijo que le tocaba a ella estar muerta. Hicieron los mismos preparativos y Carlos corrió a la casa principal a ver a Zulema, la patrona. La pobre mujer lo vio entrar llorando y a los gritos, y pronto entendió que había muerto su empleada favorita, así que le pidió a su hija Sarita que le hiciera un cheque de $ 10.000 para los gastos del entierro y le dijo a Carlos que enseguida irían para ayudarle con los preparativos del velorio.
Carlos corrió a contarle de su aventura a María y juntaron felices los dos cheques y se abrazaron emocionados.
Mientras tanto, Don Eduardo se había ido hasta la casa principal para avisarle a su mujer de la triste noticia de la muerte de Carlos, pero se la encontró llorando por la muerte de María. Ambos se quedaron pasmados con el asunto y cada uno pensando en que el otro estaba terriblemente equivocado, así que decidieron ir en comitiva a la casa de los Barbona para comprobar quien tenía razón, pero cuando entraron, se dieron de cara con un espectáculo desolador, Carlos y María yacían muertos en su cama, uno junto al otro y tapados con una sábana blanca.
Don Eduardo creyó enloquecer, y entre hipos y lágrimas, trataba de encontrar alguna explicación.
-¡Daría cualquier cosa por saber que les pasó a estos pobres infelices!-
Desde abajo de la sábana se escuchó clarito la vos de Carlos:
-¡Entonces deme por adelantado el perdón y le cuento!
Y fue tan grande la alegría de Don Eduardo y Zulema al ver que sus empleados estaban vivos, que en vez de enojarse por la travesura, se empezaron a reír, y además les dejaron los $ 20.000 de regalo por el ingenio que habían demostrado.  

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