Esta mañana, hicimos el raspaje prepucial para el
diagnóstico de enfermedades venéreas a un lote de toros, junto con mi hijo Juan
y dos empleados de la cabaña. Entre los mil temas que se conversan en la manga,
salió el de actualidad.
-¡Que me dice doctor de la marcha de ayer!
-¿Viste vos Julián? ¡Qué manera de juntarse gente!
-¿Y que pedían?- Agregó con cara de inocente el
bueno de Julián García, demostrando que quería “tirarme la lengua”, para
conocer mi opinión.
-Me parece que era para que no acomoden a gusto la
justicia, y que la que te dije vaya presa-
-¿Pero será cierto que robó?
¡A bueno! Pensé ¡Ahí lo tenés!
-¡Anda a saber Julián! Capaz que no robó nada y
estos locos están macaneando.
Listo. Fin del tema. A otra cosa. A mediodía nos
subimos a la camioneta, y en el viaje de vuelta me entretuve pensando. Y me
pasa que recuerdo con nostalgia los cuatro años del mejor gobierno que me tocó
vivir en mis 62 de vida.
Comenzó en 2015, con el triunfo en las elecciones de
un grupo de gente que se hizo cargo de un país destrozado en todo sentido. En
el que la palabra de los políticos era sinónimo de mentira, y el saqueo del
Estado moneda corriente.
Esta gente de la que hablo, empezó despacito la
titánica tarea de reconstruir. Ordenó la economía, recuperó las tarifas, elimino
muchas de las trabas burocráticas para operaciones productivas y comerciales
que complicaban todo, transparentó las estadísticas, y pudo sobrellevar dos
fuertes sacudones externos sin perder el rumbo.
Pero no se quedaron solo con la economía, sino que
apostaron a la producción de energía, con la construcción de nuevas centrales
eólicas y solares, además de nuevas redes de conducción, y le dieron un impulso
inusitado a la explotación de Vaca Muerta. Se hicieron rutas donde hacía años
que la gente las pedía a gritos, se urbanizaron villas, se construyeron cloacas
y se repararon hospitales y colegios.
Pero no terminó ahí la cosa. En materia
institucional fueron muy buenos. No pretendieron meterse con la justicia más
allá de los límites. Sin embargo, cayeron presos montones de ladrones,
corruptos, sindicalistas y traficantes. Respetaron la división de poderes y
funcionaron con un Congreso con mayoría opositara, construyendo consensos.
En política exterior actuaron como un país en serio.
Previsible, moderno y seguro. En contra de cualquier tiranía o dictadura y
buscando establecer sanas relaciones con los demás.
Fueron creíbles. Su mensaje fue claro y simple. Sin
odio, pero implacables con los que estuvieran fuera de la ley.
Faltó mucho por hacer. Faltó tiempo para hacer que
el nuevo rumbo pudiera afianzarse. Es una lástima, porque creo que se nos vino
de nuevo la noche.
Por eso siento nostalgia.
¡Andá a saber que nos espera Julián!
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