Desmontó con cuidado dejando el pie izquierdo hasta
último momento en el estribo. Lo hacía así desde por lo menos cinco años atrás.
Él, que solía por pura broma, saltar limpiamente de un lado al otro por encima
del caballo, agarrado solo con una mano de las crines.
-¡La pucha!- Pensó – ¡Se me han caído encima los
años! Tengo que decidirme de una vez, porque quizás pronto ni siquiera pueda
volver a galopar.
Ató el caballo a la sombra del gran ombú, frente a
la casa, y enfiló derechito al lavadero, donde se lavó a conciencia las manos,
brazos y cabeza.
-¡Buen día Irma!- Saludó al entrar a la cocina -¡Tengo un notición!
-¿Qué pasó viejo? ¿Vas a vender el Falcon?- Preguntó
su mujer con picardía, sabiendo el cariño que Omar tenía por el viejo Ford Falcon
`65 que tantas alegrías le había dado.
-¿Vender el auto? ¡Antes me corto un brazo! ¡No! ¡En
serio! Quería contarte que recién me decidí. El mes que viene me voy de viaje.
-¿A dónde te vas?
-¡No se!
-¿Cómo que no sabés? ¿Y cuánto tiempo te vas? ¿Y con
quién?
-¡Mirá Irma! Hace mucho que vengo pensando en hacer
un viaje largo a caballo. Cuando era chico leí la historia del suizo, que viajo
con los caballos Mancha y Gato hasta Estados Unidos, y siempre me quedó esa
idea dando vueltas en la cabeza.
-¡Pero eso pasó hace mucho Omar! ¿Cómo vas a hacer
una cosa así?
-Lo que pasa es que me estoy poniendo viejo y si no
me voy ahora, ya nunca más podré intentarlo. No se hasta dónde llegaré, ni cuánto
tiempo voy a viajar, pero el mes que viene salgo.
-¡Pero Omar! ¿Y te vas a ir solo? ¿Por qué no le
decís a alguno de los chicos que te acompañe?
-Los muchachos ya son grandes y cada uno tiene su
trabajo, además, prefiero irme solo.
Irma no dijo más nada. Conocía a Omar desde hacía
cuarenta años y sabía cuándo hablaba en serio. Dejó pasar el día haciéndose a
la idea, y a la mañana siguiente, cuando escuchó que Omar se levantaba, se
apuró a prepararle el mate, y mientras le cebaba el primero, le dijo sin
vueltas: -¡Yo te voy a ayudar a preparar el viaje!- Omar sonrió agradecido.
Las otras cuatro semanas se pasaron en medio de
arreglos, elección y preparación de los dos caballos, remiendos a la ropa,
listas de cosas para no olvidar y bromas cariñosas con Irma, los parientes, los
amigos y los conocidos que se enteraron del asunto.
Omar salió de la estancia “Las Acacias” el viernes
24 de noviembre de 2018. Sin destino y sin plazos. Hace casi dos años. Solo le
manda una nota a su mujer puntualmente cada primero de mes donde dice: “Voy bien. Los quiero mucho”
Ayer viernes recibí una carta, cosa más bien rara en
estos días, donde Omar revela al fin por dónde anda: Hola Jorge (arranca
escribiendo). Me decidí a escribirte porque acá estoy en Bucaramanga, una
ciudad de Colombia a la que llegué hace un mes. Estoy parando en el campo (acá
lo llaman finca) de un tal Luis José Gómez. El veterinario que les atiende los
animales se llama Juan Jairo. El día que vino a trabajar nos pusimos a charlar
y me contó que hace algunos años se escribió con un colega de Argentina, que
pensaba venir un tiempo a trabajar con él. Cuando me dijo quién era casi me
caigo de culo. No lo podía creer. Dijo que era Jorge Spinelli de San Manuel ¿Es
cierto eso? ¿Pensás venir por estos lugares?...
Increíble coincidencia. Es verdad que estuve en
contacto con este hombre y que tuve que suspender ese viaje por algunas
cuestiones personales, pero que justo sucediera esto, me dejó pasmado ¿Serán
señales?
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