“Las
mil y una noches” es un libro árabe que se escribió hace mas de 5000 años. Se
cree también que fueron varios los autores de esta obra monumental. Es
increíble la imaginación desbordante de sus historias, que fueron tomadas por
escritores de todos los tiempos como propias. Hace poco me asombró encontrar en
“El alquimista”, de Paulo Coelho, una historia sacada literalmente de allí. Lo
malo es que no menciono la fuente.
Hay
párrafos memorables como este, donde un candidato le cuenta al califa, de su
primer encuentro íntimo con una linda mujer:
…”Y
al punto vino ella a mí, y se echó sobre mí, y se restregó conmigo con un ardor
asombroso. Y yo, ¡Oh mi señor!, sentí que mi alma se albergaba por entero donde
tú sabes, y di cima a la obra para la que se me había requerido, y a la tarea
que se me pedía, y vencí lo que hasta entonces pertenecía al dominio de lo
invencible, y abatí lo que estaba por abatir, y arrebaté lo que estaba por
arrebatar, y tomé lo que pude y di lo que era necesario, y me levanté, y me
eché, y cargué, y descargué, y clavé, y forcé, y llené, y barrené, y reforcé, y
excité, y apreté, y derribé, y avancé, y recomencé, y de tal manera, ¡Oh mi
señor! Que aquella noche quien tu sabes fue realmente el valiente a quien
llaman el cordero, el herrero, el aplastante, el calamitoso, el largo, el
férreo, el llorón, el abridor, el agujereador, el frotador, el irresistible, el
báculo del derviche, la herramienta prodigiosa, el explorador, el tuerto
acometedor, el alfanje del guerrero, el nadador infatigable, el ruiseñor
canoro, el padre de cuello gordo, el padre de nervios gordos, el padre de
huevos gordos, el padre del turbante, el padre de cabeza calva, el padre de los
estremecimientos, el padre de las delicias, el padre de los terrores, el gallo
sin cresta ni voz, el hijo de su padre, la herencia del pobre, el músculo
caprichoso y el grueso nervio dulce, y en esa noche bendita, ¡Oh mi señor!, el
cordero no dio menos de treinta topetazos a aquella oveja batalladora, y no
cesó la lucha hasta que su contrincante hubo pedido gracia, dándose por
vencida”…
¡Qué
bárbaro! Parece que aquella gente no se andaba con cosas chicas, ni a la hora
de hacerlas, ni a la de contarlas
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