Ramón
Chávez se paró a la salida del pueblo. Viajaba a dedo hasta Lobería. El primero
que pasó lo levantó. Era Martín Benítez, mecánico de oficio, llegado a San
Manuel unos años antes.
Arrancó
el viaje y empezó la charla. Que el tiempo, que las vacas, que el trabajo. A la
altura de El Pampero, salió el tema de las mujeres.
-¡Ah!
La Patricia Martínez- Dijo Chávez cuando Benítez la nombró a través de un conocido
en común -¡Que buena está! ¡Pero debe ser la mujer más vaga de todo Lobería!-
Benítez
lo miró un rato con cara seria, pero al final le siguió el hilo a la cosa -¿Y
es casada la Patricia?-
-¡Era!-
Contestó canchero Chávez sintiéndose dueño de la situación – ¡Era casada! Pero
se aburrió de meterle los cuernos al marido, hasta que el pobre se enteró y la
pateó a la mierda-
-¡Qué
te parece!- Dijo Benítez –Hasta un boludo como vos sabe que mi mujer me metía
los cuernos-
Chávez
se puso blanco, y sintió que se le perforaba el hígado, después de la macana
que se acababa de mandar. Por las dudas no dijo más nada.
-¡Chávez!
¿Y a vos quien te contó del asunto?-
-¡Yo
no sé nada, Benítez! ¡Dicen nomás! ¡La gente habla mucho al pedo!-
El
resto del viaje lo hicieron en silencio. Se les hizo largo. Chávez iba mirando
las enormes y curtidas manos de su compañero, imaginándose lo peor.
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