viernes, 23 de noviembre de 2012

Un vicioso

La joda, la noche y las copas son adicciónes muy fuertes, que cuando prenden y se encarnan en un tipo, se le hace muy difícil poder librarse de ellas. Así está Patricio Sanchez. Tomado hasta los huesos por el vicio y las mujeres.

De todas maneras, es tan buen trabajador, que sobrevive en el empleo a pesar de que la mitad de los días no se puede sostener parado, por el sueño y el cansancio acumulados.

Debe andar por los 35 años, es alto, morrudo y bien mandado. Usa el pelo renegrido largo hasta los hombros y a cada rato se le escapa la risa contagiosa.

En estos días andamos en plena campaña de vacunación contra la aftosa. El martes pasado me tocó ir a trabajar con los terneros al campo donde vive Patricio. Ellos ya habían vacunado a la mañana, y dejaron los pequeños apartados para castrar, señalar y marcar. Eran casi 400 terneros y nosotros, 7 personas para toda la tarea.

-¿Qué te pasa Patricio? ¿Andás bien?- Le pregunté a la pasada. Desde que llegue noté que le faltaba un golpe de energía. Me miró sonriendo y solo dijo: -¡Nada dotor!-

Pero Luís, uno de los mensuales, me gritó desde el cepo: -¡Que le va a pasar! Las viejas del pueblo y el chupi lo tienen a mal traer. Hace dos noches que no duerme ¡Pero ya se va a calmar dotor! Es cuestión de tiempo-

Patricio seguía sin hablar y pronto nos metimos de lleno en el trabajo y se nos fueron pasando las horas y los terneros.

Como a las 5 y media de la tarde, el encargado dijo de parar un rato a tomar mate. Nos acomodamos en las tablas de la manga entre charlas y risas.

En eso estábamos cuando dijo uno: -¡Miren eso!- Y todos nos dimos vuelta.

Patricio estaba tirado largo a largo, como muerto, en una esquina del corral donde caía la sombra de un álamo. Se ve que el sueño lo venció malamente, porque se acostó sobre un colchón de bosta de vacas y terneros, con tanta suerte, que la gorra de vasco no dejó que los excrementos se le metieran en las orejas.

-¿Estará vivo?- Preguntó el encargado.

-¿A ver?- Dijo Luis, y le tiró una piedra en la panza.

Se ve que no había muerto, porque cuando sintió el golpe del adoquín, levantó eléctricamente los brazos y los pies con las alpargatas, y al querer pararse asustado, resbaló en la bosta y cayó de cabeza.

Fue un gran momento en medio de tanto trabajo.







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