Hace
dos días la veterinaria volvió a sorprenderme.
Habíamos
tenido una jornada llena de trabajo y a media tarde salen dos cosas
simultáneamente. Decidimos separarnos con Juan. El fue a atender una vaca y yo,
que tenía que volver más rápido al negocio para terminar algunas cosas, decidí
asistir el parto de una oveja, pensando que volvería enseguida.
En
cuanto me encontré con el dueño aparecieron las primeras nubes.
-¿Te
animas a cruzar el barro ese?- Me preguntó señalando un gran pantano al lado de
su casa.
-¡No
sé! Le contesté -¿Porqué no pasamos en tu camioneta ya que vos lo conocés
mejor?-
-¡Ni
loco! Ayer la lavé y la engrasé- Dijo de lo más campante. Yo lo miré, pero no dije nada.
-¿Y
dónde está la oveja?-
-¡En
el potrero atrás de la loma!-
-¡Listo!
¡Vamos caminando!-
Cargamos
la caja grande de instrumental, balde, agua, sogas y el resto de los elementos
y salimos. Pero al llegar hasta el lugar, vimos a toda la majada comiendo
tranquilamente pero ninguna lanuda en el piso haciendo fuerza.
-¿Pero
cómo? ¿No está caída?-
-¡Que
va a estar caída! ¡Hay que agarrarla!- Contestó tranquilo el dueño, y yo, como
soy bastante avispa, me di cuenta muy rápido, que el que iba a correr era yo,
porque el buen hombre, con una crisis cardíaca en su haber, no estaba para
andar haciendo atletismo atrás de una oveja.
Me
esforcé casi doscientos metros a toda la velocidad que me permitían mis botas
de goma, hasta que al fin pude alcanzar a la parturienta. A esta altura ya
venía rumiando bronca, pero me mantenía sereno como una malva. Encima se nos
venía la noche. Pero todo volvió a tener brillo de repente.
En
cuanto revisé por vía vaginal, noté que no había señales de algún cordero, y
tampoco más profundamente en el útero. Pero sin embargo, con la mano que tenía
apoyada sobre el abdomen del animal, notaba las partes duras de una posible
cría. Sospechando de qué se trataba, decidí hacer una cesárea. Y me encontré
nomás con un hermoso caso de gestación extrauterina. Dentro de la cavidad
abdominal había un gran cordero a término, pero ya muerto, y detrás de este,
una placenta de tamaño normal. Después de retirarlos, revisé el útero, viendo
que estaba algo agrandado, pero sin ningún rastro de desgarro por el que
pudiera haber salido el feto hacia la cavidad, tal como he encontrado otras
veces en vacas.
Me
volví para San Manuel de lo más contento. Hasta ayer la oveja seguía atrás de
sus amigas comiendo y charlando tranquilamente.
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