Entre mis clientes tengo a la firma La Imperial S.A. Esta gente tiene
varios campos en la
Provincia de Buenos Aires, y hace cosa de tres años compraron otras 15.000 has. en La Pampa.
El lugar era desierto y monte, y los
trabajos para civilizar el establecimiento pintaban con ser muy duros, así que
eligieron a su mejor hombre, Gervasio Venegas, el mayordomo de La María , para hacerse cargo
del nuevo campo adquirido.
Y allá partió Gervasio con su mujer
y sus seis hijos a tomar posesión de las nuevas tierras. La casa, a la que
conocí varios meses después, era muy grande y cómoda. Fresca en verano y helada
en invierno. Pero lo que menos gustó a los nuevos moradores fue que, cosas del
criollismo, el “baño”, era solo una letrina, separada de la puerta de la cocina
por una veredita de ladrillos. Lo primero que hizo Gervasio fue cerrar la
pasada con dos paredes y un techo, para que la excursión hasta el sanitario
no fuera al aire libre. Para mas adelante quedó reemplazar el agujero de la
letrina por un inodoro y el resto de los artefactos.
La cuestión es que a los tres meses
de estar instalados en el campo, se anunció la visita del contador de la
empresa. Un porteño bastante “engreído” como me lo describieron después. El día
previsto, Gervasio y su mujer trataron de tener la casa lo mas presentable
posible, a pesar de las seis fieras que se esmeraban en deshacer todos los
arreglos. Casi una hora antes del encuentro, Mancha, la perra lanuda de los
chicos, se puso a discutir con el gato Zenón, y en estos desencuentros, el
minino no tuvo mejor idea que tirarse en el pozo de la letrina para huir de los
mordiscos de su enemiga.
Y el contador que estaba por llegar.
Entonces Gervasio, apurado por las
circunstancias, metió un palo largo en el hoyo del baño para que el bueno de Zenón
pudiera subir cuando quisiera.
Y el contador que llegó.
Siguieron los saludos y
presentaciones, hasta que el viajero manifestó su urgente necesidad de utilizar
el sanitario. Casi toda la familia de Gervasio lo acompañó hasta la cocina dándole
charla, con idea de disuadirlo, pero el pobre hombre apurado de verdad, cerró
tras de sí la puerta del baño. Se bajó los lienzos, algo extrañado con el palo
que salía del agujero del “inodoro” y apuntó con sus partes hacia el pozo,
logrando un pronto desahogo. Pero se ve que Zenón no disfrutó de aquella lluvia
inesperada, así que en tres saltos trepó por la vara y se zambullo en los
calzoncillos del contador. El tipo se pegó tremendo susto y solo atinó a
subirse los pantalones y correr hacia la cocina a los gritos, dejando atrapado
contra sus testículos al pobre felino que maullaba desesperado.
A pesar de que hicieron fuerza, los
Venegas no pudieron aguantar la risa. Pero lo mejor de todo fue que la empresa
solo tardó dos semanas en construir en la casa un baño con todas las de la ley,
a instancias del contador magullado.
Buenas tardes Jorge, hay que ver la de cosas que te cuentan tus clientes. Me figuro al pobre hombre con el visitante por sus calzoncillos intentando buscar la libertad de un sitio tan angosto y delicado, seguro que le dejo algun buen recuerdo en modo de arañazo,
ResponderEliminarSigue con tus bonitas historias que tanto nos gustan a tus asiduos lectores.
Saludos cordiales desde España de Gabriel.
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