Los
días son más cortos. A las 6 de la tarde ya está oscuro y es hora de volver
para la veterinaria. Siempre y cuando no haya alguna urgencia que resolver. Son
épocas de tacto y de andar al trote desde muy temprano. Mangas buenas,
regulares y otras muy malas, que nos hacen perder tiempo y se ponen peligrosas
para todos los que andamos con las vacas, toros y terneros.
Así
fue que la semana pasada nos llamaron por un parto en el campo “Los Pinitos”.
Ya eran las 8 de la noche y los caminos seguían con barro después de las
lluvias grandes de mediados de mes. A duras penas llegamos al campo. Juan Martínez
salió de la casa con la linterna y nos dijo que la vaquillona primeriza estaba
encerrada en la manga.
¡Uy
Dios! Pensé ¡Ojalá que todo salga bien! Lo que pasa es que la manga de ese
campo ni merece siquiera el nombre de tal. Es solo un brete con troncos
podridos. Sin cepo, puertas ni trancas, y los corrales, apenas pueden contener
al viento.
Como
a propósito, Martínez había encerrado la vaquillona sola. Es sabido que la
mayoría de las parturientas, cuando quedan aisladas del rodeo, se ponen locas
furiosas, pero seguramente a Martínez, esa parte del manual se le perdió.
Allá
estaba la negra grandota a los bufidos cuando la enfocamos con las luces de la
camioneta.
-¡Que
lo tiró!- Dijo Martínez -¡Se ve que se ha calentado!-
Yo
no contesté nada por respeto y me baje de la camioneta para vestirme con el
“traje de partear”, es decir el mameluco y las botas de goma. Mientras tanto
Martínez, tal vez agobiado al ver la macana que había hecho, se adelantó para
tratar de meter la vaquillona en la manga.
-¡Ya
voy y te ayudo Martínez! ¡Tené cuidado que está muy enojada!- Le grité. Pero
fue tarde. Solo sentí el estruendo del golpe del animal contra los palos del
corral y el crujido de las maderas al quebrarse. Después vi pasar entre las
sombras a la vaquillona, enfilando a toda marcha hacia el potrero. Corrí hasta el
corral y me encontré con el pobre Martínez tirado largo a largo. En la
oscuridad no alcanzaba a ver casi nada, así que acomodé la camioneta, hasta que
las luces se plantaron sobre el accidentado.
Cuando
me acerqué de nuevo, el tipo ya estaba despierto y me miraba sin hablar.
-¿Que
pasó hermano? ¿Estás lastimado?- Pregunté
Pero
Martínez me sorprendió cuando se levantó con esfuerzo y me dijo:
-¡No
es nada dotor! Un golpecito nomás. Si me espera voy a agarrar caballo y se la
vuelvo a encerrar- Le dije que mejor volvíamos para la casa, así él se
recuperaba. Al otro día volví al campo con Juan y sacamos una linda ternera
negra, mientras Martínez iba en viaje a Tandil, para hacerse ver los moretones en la
cabeza y el pecho que no lo habían dejado dormir. El golpe de las tablas le
había fisurado el hueso parietal.
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