En
nuestra zona rural, el hombre campero usa la caña de una bota de cuero, cosida
en un extremo y colgada en los tientos del recado, para llevar las herramientas
indispensables para algún trabajo rápido, como el arreglo de un alambrado. Ahí
viajan la “california”, para trabajar una torniqueta y tensar un hilo, una
tenaza, algún martillo, una tijera para cortar alambres y otras cositas de
ocasión. En este caso, Javier Almada, había metido una tijera de tusar marca
Bigornia; pero, descuidado como era, la metió en la bota con las puntas para
arriba. Llegó al potrero del fondo, enlazó el potro nuevo que iba a empezar a
amansar, y con ganas de cortarle las crines, se bajó del zaino grandote, que
era el mejor para “quedarse teniendo”.
La
mala suerte quiso que al bolear la pierna derecha para desmontar, las puntas
filosas de la tijera, que asomaban de la bota, en el borde del recado, le
desgarraran la bombacha y el calzoncillo, y se le incrustaran en la bolsa
escrotal, abriéndola de punta a punta. Contó después que al principio,
solamente sintió un frío, pero cuando se miró la entrepierna, se dio cuenta que
la cosa no era para chiste. Los testículos se veían blanquear en medio de la
fea herida. Volvió a montar, sujetándose las partes con la mano, largó el potro
con el lazo puesto, y galopó hasta la casa, medio preocupado con el asunto.
Desensilló
y largó el zaino, y ni siquiera se
cambió la ropa antes de subirse en el viejo Renault 12 verde, y salir de raje
para Lobería, siempre sosteniendo sus criadillas con la mano izquierda.
En
una hora estuvo en el hospital. Entró derechito a la guardia, donde varias
personas esperaban su turno pacientemente.
Javier
es un tipo tranquilo, pero se ve que estaba apurado, porque cuando la enfermera
le dijo que se sentara, que había 12 personas antes que él, dio la vuelta al
mostrador de la recepción, y ante la sorpresa de la uniformada, retiró de aquel
lugar la mano ensangrentada, dejando ver en la palma, dos grandes huevos
blancuzcos.
La
chica, a pesar de que estaba curtida en esto de ver heridas, casi se desmaya, y
a los gritos llamó a alguien para que viniera con una camilla, pero el duro de
Javier, no queriendo hacer mucho escándalo le dijo:
-¡No
te asustés piba! Decime donde me atienden que yo voy caminando ¡No es para tanto!-
Enseguida
lo suturaron y vendaron. Además, le prohibieron andar a caballo por lo menos
por 15 días, hasta que la herida terminara de curar.
Se
ve que los médicos hicieron un buen trabajo porque después del accidente,
Javier se casó y hoy tiene dos lindos pichones… ¡Igualitos a él!
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