Los
sicólogos lo llaman transferencia.
Resulta
que es muy común que los pacientes de ambos sexos sientan una especial
atracción por los facultativos de todo tipo. No se sabe si es el olor del
guardapolvo almidonado, o el bienestar que produce una persona dispuesta a
escuchar sus cuitas y a veces aliviarlas, o el contacto de las manos del entendido
sobre un cuerpo enfermo, o la fantasía del acercamiento con otra persona.
Cualquiera
sea la causa verdadera, esto pasa a menudo. No solo con los médicos de humanos,
sino también con los de animales. Doy fe.
Tengo
una paciente lanuda, la oveja Marta, que no puede disimular sus sentimientos.
Ayer fui a trabajar al campo de Horacio Camejo y me la encontré de nuevo. Ya es
grande para hacer pavadas pero no hay caso. No se corrige. Tiene como 6 años y
anda así desde que le hice una cesárea, cuando quedó preñada por primera vez y
se le complicó el parto de dos corderos grandiosos. Esa vez salió todo bien. El
cordero que vivió resultó un animal bárbaro, y ella se recuperó en pocos días y andaba
luciendo orgullosa la impecable herida de la operación en su panza.
Desde
entonces, cada vez que voy a lo de Camejo, la tipa se viene al trote y empieza
a frotarse contra mis piernas mientras me tira terribles miradas amorosas. Ya
me tiene cansada con estas cosas, además, me da vergüenza la risa burlona de
Horacio cuando pasa esto ¡Vaya a saber qué piensa de mí!
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