Hace años que se habla en toda la zona del caso de
Benito Aguirre. Todo empezó una mañana en que Benito puso en marcha su Ford
Falcon `73, color verde militar, y lo dejó calentando en la puerta del galpón,
antes de salir para el pueblo. Se tomó los últimos mates, revisó la billetera
para asegurarse de que llevaba todo el dinero que precisaba para los mandados,
se subió al auto y arrancó despacito.
En cuanto dejó atrás la tranquera y empezó a tomar
velocidad, las vio. Sobre el torpedo color negro del viejo Falcon, se
distinguían apenas, montones de cagaditas de rata y varias chorreadas de orina que
les hacían juego. Fue tal su sorpresa que sacó la vista del camino y casi
vuelca en la maniobra.
Cuando volvió al campo, se pasó un rato largo
tratando de encontrar al visitante. Levantó los asientos, revisó los pisos,
espió en todos los rincones del tablero y los recovecos del auto, que no eran
tantos, pero la rata no apareció. Creyó que se había ido.
Al día siguiente, apenas se levantó, fue hasta el
galpón con la linterna y sin abrir las puertas del Falcon, enfocó la luz a través
de las ventanillas. Sobre el asiento trasero lo miraba una enorme rata color
marrón, que no tardó en desaparecer. Enfurecido, Benito llenó el piso de su
máquina con venenos de distintos colores, durante tres días seguidos, hasta que
vio que el animal ya había dejado de comer. Pensó que seguramente habría muerto
en algún lugar del campo. Pero no. Tardó dos días en aparecer el olor fétido y
asqueroso de la rata muerta. Trató de encontrarla de nuevo, pero por más que
hizo mil maniobras, no pudo dar con el cadáver. Ya nadie quiso subir al auto de
Benito. El olor era demasiado fuerte, repugnante y como se verá después,
enfermante.
Al principio, el hombre tuvo que hacer fuerza para
pilotear soportando la baranda aquella, pero con los días pareció que no solo
se acostumbraba sino que, hasta lo disfrutaba. Pero algo cambió. Primero se lo
vio con la barba crecida y el pelo revuelto. Dejo de bañarse. Ni siquiera se
lavaba las manos, que llevaban restos de tierra, sangre de las carneadas y
otras porquerías. Después se le fueron hundiendo los ojos, y en dos o tres días
más, se le cayeron casi todos los dientes. Se le arrugó la piel y terminó por
andar descalzo y con la ropa hecha pedazos.
Como a la semana de no aparecer por el pueblo,
algunos vecinos se fueron hasta el campito de los Aguirre y, después de mucho
buscar, encontraron a Benito muerto dentro del auto, hecho un ovillo sobre el
asiento trasero. Tuvieron que usar máscaras de fumigadores para sacar el cuerpo
del hombre, tan fuerte era el insoportable olor que salía del Falcon.
Dicen que todavía, veinticinco años después, el
galpón de los Aquirre conserva el aroma de aquellos días. Al auto lo prendieron
fuego en el medio de un potrero arado.
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