Fueron pasando los días tranquilamente para el nuevo
campeón de la justicia, hasta que una mañana, cuando salió de la casa para
hacer los mandados, se encontró con su vecina que barría la vereda. La viejita
vivía sola y estaba muerta de miedo por los motochorros que estaban haciendo de
las suyas en el barrio. Ya habían asaltado a dos personas en la misma cuadra, y
a varias más en las dos o tres manzanas vecinas. Siempre con la misma rutina y
horarios, que era lo que más bronca daba a la gente, ya que la policía no parecía
tomar en cuenta esos detalles para reforzar la vigilancia.
¡Ahí están los próximos! Pensó Beto.
La cuestión es que los malvivientes eran bastante
madrugadores, porque todos los golpes los hacían a la mañana temprano y casi
siempre sobre mujeres que esperaban el colectivo para ir a trabajar.
Ese martes, Beto se levantó alrededor de las cinco
de la mañana y preparó los primeros mates. Pensaba patrullar las dos o tres
calles más golpeadas por los motochorros. Tal vez tuviera suerte. Cuando empezó
a clarear, se puso su nuevo uniforme de batalla y salió decidido a jugarse una
vez más.
Pero caminó casi dos horas y de los bandidos ni
noticias. La gente que lo veía con tan exótica vestimenta, respetuosamente
cambiaba de vereda por precaución. Pero en un instante todo se precipitó. En la
cuadra siguiente a la que caminaba nuestro amigo, se vio un tumulto y una mujer
que luchaba desesperada y a los gritos, contra un tipo grandote que quería
quitarle algo que llevaba en la mano. Esa resistencia le dio tiempo a Beto a
planear su jugada. El ladrón consiguió por fin arrancar un bolso a la mujer y
corrió hasta la calle donde lo esperaba el socio con la moto preparada para
huir ¡Justo hacia la esquina donde estaba Beto!
Pero el hombre ya había preparado el lazo trenzado
que tantas veces le hiciera ganar premios en los concursos de pialada y lo
revoleaba con elegancia suprema, esperando el momento de tirar. Sabía que se
jugaba todo a un tiro, pero con nervios de acero y vista de aguilucho, buscó el
instante preciso para actuar.
Los ladrones, que seguramente nunca habían visto lo
que era un lazo, o tal vez cegados por la adrenalina del momento, ni calcularon
lo que estaba por hacer aquel tipo, medio mamarracho, parado en la esquina
cerca del cordón de la vereda, con un brazo en alto y revoleando una cuerda.
Pasaron como a 70 km/h al lado de Beto, pero ya la
armada bien grandota del lazo volaba inexorable hacia ellos. Y los tomó
limpitos, mientras el héroe echaba verija sobre el asfalto. Los testigos
contaban después, que fue un momento inolvidable. El lazo se cerró, se tensó, y
se vio a los dos cuerpos volar por el aire mientras la moto, ya sin jinetes,
corría a estrellarse contra un poste.
Del resto se encargaron los vecinos. Mientras los
atontados delincuentes aguantaban una lluvia de golpes y patadas, llegó la
policía para arrestarlos. Se tomó declaración a más de treinta personas y todas
coincidieron en resaltar el acto heroico de Beto, que para acrecentar su fama y
antes de desparecer discretamente, dejó caer como al descuido un montón de
tarjetitas hechas a mano, donde se leía “SB auxiliar de la justicia no
convencional”.
Al otro día, el Diario resaltó el suceso en la
primera página y las radios empezaron a hablar del misterioso personaje, capaz
de pelear contra fieros malandras con una alpargata o un lazo.
Ja! Ja!
ResponderEliminarQue bueno esta imaginarselo mientras uno va leyendo tu relato.
Buenisimo Jorge.
Un abrazo.