Así. De golpe. Pensé en mi viejo.
Se fue cuando solo tenía 41 años y yo 15. Fue
tremendo por lo inesperado. De tenerlo al lado lleno de vida, de proyectos, con
una fuerza de gigante, marcando caminos en la profesión, a esa partida sin
despedidas.
Lo bueno es que nunca más me abandonó, desde esos
primeros días después del accidente, en que yo tomaba mate en el jardín y le
regalaba el primero a la tierra para que él lo compartiera, hasta hoy que
charlamos muy seguido, sobre todo cuando viajo solo en la camioneta. Mil veces
le he pedido consejos y he imaginado lo que hubiera hecho en mi lugar. Le he
contado de mis alegrías y de mis vuelcos pero siempre ha estado ahí. Cerquita.
¡Qué cosa fuerte son los sentimientos!
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