Miguel “Poroto” Menéndez, es un vecino del paraje
Dos Naciones, destacado por sus bromas pesadas. Así como hay gente habilidosa
para el fútbol o la carpintería, Poroto nació con facilidad para inventar
travesuras.
Una de sus hazañas más recordadas, la hizo en el
baile anual de la escuelita, en el año 2006. Resulta que se conmemoraban los 50
años del colegio, y la gente de la cooperadora tuvo la idea de hacer una
reunión bastante más importante que otras veces, invitando a ex alumnos y a todas
las maestras vivas que habían desfilado por la escuela en tantos años.
Contrataron al grupo “Los Narcóticos” de Ayacucho y planearon varias atracciones
más, entre ellas, el sorteo con el número de la entrada, de un hermoso lechón
carneado, listo para poner en el asador.
La fiesta fue un éxito de público. Para la una de la
mañana calculaban que había unas 400 personas colmando el enorme salón de
actos, moviéndose al ritmo de Los Narcóticos. De pronto, por esos misterios de
la Cooperativa Eléctrica, se cortó la luz. La gente se lo tomó con calma,
acostumbrada a los cortes y a manejarse con faroles en los campos. Tanteando y
a las risas, siguieron moviéndose despacito en la oscuridad. No faltaron
algunos toqueteos indecorosos, los gritos ofendidos de las afectadas y las
barbaridades sin control dichas por los borrachines de siempre.
Pero el sorpresivo apagón sirvió para que Poroto
pudiera concretar la macana que venía planeando. En un periquete agarró el
lechoncito y se fue derecho hasta el lugar donde los músicos tenían sus bolsos
y pertenencias, y lo escondió prolijamente en el estuche del acordeón a piano.
Al rato volvió la luz y la fiesta volvió a animarse,
hasta que el primer comedido pegó el grito: -¡Se afanaron el lechón!-
Se armó tremendo despelote y Almada, el presidente
de la cooperadora agarró el micrófono y dijo que si era una broma, ellos no se
iban a ofender, pero que el animal tenía que aparecer. Al no haber respuesta y
ya pensando que se trataba verdaderamente de un robo, decidieron pasar a la
acción. No dejaron salir a nadie del salón y entre dos o tres voluntarios
revisaron el montón de vehículos parados en la calle de tierra, pero sin éxito.
La cosa se ponía fea hasta que Poroto, acodado en la
barra tomando un Fernet tranquilamente, le dice a Almada en voz baja: -¡Vea
compañero! ¡Yo que usté reviso las cosas de los músicos, porque el viejo ese
del acordeón no me gusta nada!-
Y hecho un ovillito, apareció el lechón adentro del
estuche. Se armó un revoleo terrible de trompadas entre los indignados vecinos,
y los músicos y simpatizantes que habían venido de Ayacucho, hasta que los
milicos pararon todo con unos tiros al aire, dando por terminada la fiesta.
Al mes, se supo que todo había sido otra de las
bromas de Poroto, pero ya el crimen estaba prescripto y quedó para el recuerdo.
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