martes, 31 de octubre de 2017

Vida de perro

Un caso raro fue el de Adrián Delgado. Entró a trabajar en “Los Eucaliptus”, cerca de Licenciado Matienzo, después que lo despidieron a Ramón “Cañita” Quintana, un pobre gaucho que parece que quiso abusar de la cocinera.
Adrián era muy amigo de Ramón, así que a los pocos días se encontraron en el boliche de Miguel, y entre copa y copa, Ramón le contó que la fulana, una mujer algo mayor pero sabrosa, con fama de adivina y curandera y de nombre Hortensia Cuevas, lo había querido engualichar. Como andaba enamorada del chico, le puso unas bombachas perfumadas debajo de la almohada, capaces de poner en llamas a cualquiera. Cuando Ramón encontró el regalito, se encaró enojado con la mujer, y esta no tuvo mejor idea que empezar a quejarse y a gritar que la estaban queriendo violar. Ese mismo día lo echaron del trabajo.
-¡Estará resentido!- Pensó Adrián, mientras volvía para la estancia a caballo, repasando el cuento del amigo.
Al día siguiente, picado por la curiosidad, esperó que los demás peones se retiraran del comedor para dormir la siesta y se fue hasta la cocina, donde Hortensia lavaba la pila de platos. Debajo de la mesada, dormía Cocinero, un perro amarillo y regalón.
En cuanto Adrián empezó con las preguntas, Hortensia se puso furiosa y le dijo que se dejara de molestar, pero el muchacho, juguetón, siguió chanceando, hasta que de pronto, la tipa agarró una especie de tenedor largo y apuntando a la cara de Adrián, empezó a recitar cosas en voz baja, mientras los ojos se le saltaban de las órbitas y parecía que largaban chispas.
El asunto fue que por la enorme magia de la bruja, el espíritu de Adrián se mudó al cuerpo de Cocinero, el perro gordo. Y empezó la vida de Adrián como perro. Al principio le costó. Sobre todo caminar y correr en cuatro patas, pero el resto no fue tan malo. Comía todo el día. No trabajaba nada y pronto se hizo famoso entre la peonada porque cuando jugaban al truco, sabía pasar las señas del as de espadas y el de bastos, al jugador al que quería ayudar, con lo que se ganaba raciones extra de dulces y golosinas.
Pero todo tiene un final. Un día cayó de visita a la estancia una de las hijas de Hortensia, casada con un milico más malo que la peste. Esa tarde, la chica estaba bañándose toda desnuda en el tanquecito de atrás de la casa, y justo pasó el Cocinero en camino hacia la manga. En cuanto la muchacha lo vio, pegó un alarido tremendo y tapándose malamente las vergüenzas, llamó a su marido el milico, diciéndole que un hombre la estaba espiando. Es que ella tenía los mismos poderes que la madre, y se dio cuenta enseguida que eso no era un  perro, sino un hombre transformado.
El milico cazó al Cocinero del cogote y teniéndolo en alto, aguantó con los ojos cerrados mientras su mujer deshacía el conjuro y el espíritu de Adrián volvía a su propio cuerpo, en una cama del hospitalito, donde lo habían internado por un estado comatoso inexplicable, casi seis meses atrás.

Esta historia anda contando el muchacho desde entonces, pero nadie le cree. 

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