Este es un tema del que ya les he contado otras
veces, pero cada vez estoy más contento de vivir en un pueblo chico.
San Manuel tiene 7 cuadras de largo por 4 de ancho,
más algunas quintas “del otro lado de las vías”. Aquí vivimos alrededor de 1500
personas así que nos conocemos todos. Además, los más antiguos saben de
parentescos hasta dos o tres generaciones atrás. El paisaje, al estar metidos
en medio del cordón serrano de Tandilia, es tremendamente bonito. Y por si esto
fuera poco, hay unos lugares fantásticos para visitar en estas sierras.
Pero una de las cosas que más me entusiasma, es que
no se pierde tanto tiempo como en las ciudades.
Acá no hay que hacer colas para ningún trámite. Todo
se hace rapidito y en medio de saludos y charlas con los vecinos. Se estaciona
en cualquier lado, siempre frente al negocio o la casa que uno va a visitar. Y
gratis. Cuando salimos a trabajar al campo, no recorremos más de tres o cuatro
cuadras, y ya estamos en el camino vecinal que nos lleva a donde queremos.
La vida es así, fácil, simple y segura, porque no se
si les comenté que no hay inseguridad. Las bicicletas de los chicos quedan
tiradas en la calle toda la noche y ahí están al otro día, la mayoría de las
casas quedan con las puertas sin llave, los cordeles llenos de ropa al alcance
de cualquiera, y a muchos vehículos los dejan abiertos y con los papeles en la
guantera. Algunos lugares tienen rejas, pero las han puesto como adorno o para
que no se escapen los perros.
Los que trabajan en el pueblo, salen de sus casas
cinco minutos antes y llegan sobrados.
Entonces queda tiempo para leer, escribir, hacer
huertas enormes, caminar o salir a correr, juntarse a tomar mate o comer algún
asado, hacer teatro y tantas cosas buenas más.
Siempre haciendo cálculos que me divierten, pensaba
que un pueblerino pierde en promedio dos horas menos al día que un habitante de
la ciudad, lo que representa 30 días al año ganados para la vida. Impresionante
¿Nó?
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