-¡No te creo!
-¡Y bueno! Mañana lo vas a ver.
Al día siguiente me fui hasta el campo de Norberto.
Tiene 60 o 70 ovejas. Una majadita para consumo propio. Llegamos caminando
hasta el potrero, a unos 800 metros de la casa, acompañados de la perrita Mancha.
En cuanto empezó a ladrar, las ovejas, acostumbradas al encierre diario,
enfilaron para el corral del monte junto con sus corderos.
-¡Ahora vamos a quedarnos quietos y esperar! –Dijo Norberto
Enseguida, una de las ovejas, comenzó a dar vueltas
en círculo, mostrando el clásico signo nervioso llamado torneo, mientras sus compañeras
se alejaban. Y cuando ya se habían retirado casi 500 metros, comenzó lo
increíble. Del fondo de la majada, se apartó un cordero de alrededor de 20 días
y volvió corriendo hasta la doliente. Era su hijo. Pronto se paró al lado de su
mamá, que giraba descontrolada, y esta, al sentir su contacto se quedó quieta
un buen rato, hasta que pareció calmarse. Entonces, el pequeño comenzó a
caminar despacito hacia el monte, cuidando de que su madre estuviera pegada a
él en todo momento.
Allí nos quedamos como 15 minutos hasta que de a
poquito, llegaron al corral junto con las otras.
Después me puse a revisar a la madre, buscando la
causa del torneo, pero esa es otra historia. Lo más notable ya lo había visto.
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