lunes, 5 de octubre de 2009

Mi primera cesárea


Y me vine al pueblo, recién recibido, en enero de 1982. Lleno de energía y sueños. Con una pequeña y linda familia al lado. La historia de como caí en San Manuel bien merece ser contada otro día, porque muestra como los caminos de la vida nos llevan a veces por lugares insospechados.
Ya llevaba dos semanas acá. Conociendo gente y habiendo hecho algunos trabajos mínimos. Una tarde calurosa de ese mismo enero llegó a verme el empleado de la otra veterinaria del pueblo. Venía a avisarme que fuera al campo "La María" por un parto de... ¡Una yegua!
Yo solo había visto hacer cesáreas a mi padre y alguna en la Facultad, pero jamas había hecho una solo. Y encima me tocaba en una yegua con las dificultades enormes que implica. Emocionado hasta la médula cargué todo en el viejo Citroen y acompañado por Jorge salimos para el campo. En el camino repasé mentalmente unas cuantas veces las cosas que podría llegar a encontrar.
Era una hermosa yegua alazana tostada. El potrillo solo presentaba las manos en el canal vaginal y apenas se alcanzaba a palpar el principio del cuello completamente desviado hacia la parte delantera de la yegua. Además, las furiosas contracciones de la madre no dejaban mucho por hacer. Mientras tocaba pensaba en como hacer para sacar esa cría. Por fin me resigné y les dije a los presentes: -¡No hay caso! Vamos a tener que hacer una cesárea-
¡Que trabajo! Corté, separé tejidos, saqué el potrillo ya muerto y suturé todas las capas hasta el último punto en piel. Mucho me ayudó la práctica de cirugía que había tenido como ayudante de fisiología en la Facultad, porque la verdad es que el trabajo salió bastante bien.
Cuando terminamos y la yegua se paró toda sudada, Jorge se reía contento y me decía que seguro que se salvaba. Volvimos al pueblo con el ánimo por las nubes.
Al otro día llamé a primera hora al campo. Ansioso. Deseando lo mejor. Pero me dijeron que la yegua se había muerto hacía un rato.
¡La pelota! Cuantas emociones juntas. Apenas tenía experiencia en esos trabajos y ya me topaba con la muerte. De todas maneras, esa gente quedó muy contenta con lo que había hecho, y desde entonces tuve trabajo en esa estancia.

4 comentarios:

  1. Porfiados,los dueños de la estancia..........yo te hubiera seguido llamando pero para tomar Mate abajo de las plantas,jjajajajajjajajja.

    ResponderEliminar
  2. ¡Que barbaro!!! Fatal el hombre... Tal vez tenga una amargura riverplatense para decir semejantes cosas... Ja Ja Abrazo

    ResponderEliminar
  3. Estoy confundido.. el muchacho de la otra veterinaria tambien se llama Jorge? O estamos hablando de una doble personalidad de Jorge Spinelli? jejeje

    ResponderEliminar
  4. Es verdad. No lo aclaré. Ese Jorge era el dueño de la vete que me dió trabajo cuando llegué al pueblo. Y el dueño de la otra vete, aunque parezca chiste... ¡También era Jorge!

    ResponderEliminar

Un Veterinario y las Mujeres Guerreras

¡Ahí lo tienen! Para los que vivan lejos habrá también venta electrónica