Se
vino con todo el frío.
El
miércoles pasado el despertador sonó a las 5 de la mañana, y en cuanto me puse
en movimiento, escuché la silbatina del viento entre los árboles del patio.
Todavía de noche salí de la casa. La helada descansando sobre el pasto y el
aire que chiflaba en su carrera. Al rato llegó Juan, preparamos todo y allá nos
fuimos. Nos esperaba un día fuerte de trabajo.
Las
horas se nos pasaron capando terneros grandes. Mucho correr, hacer fuerza y
moverse. Lo grande es que debajo de los ponchos el cuerpo suda, pero por fuera,
todo está congelado. Las manos duras apenas sirven para agarrar una jeringa. Y
sin embargo el trabajo se va haciendo. Nadie se queja del frío ¿Para qué? Es
mejor no darle pelota.
Volvimos
como a las cinco de la tarde y nos esperaban con una perra para hacer una
castración. Fue un placer hacer algo bajo techo y al reparo del viento.
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