Boliche La Providencia. Año 1899
Portada del libro
Después
de leer la nota en la que conté algo de una muerte en La Providencia, apareció
un cliente con un libro que es verdaderamente un tesoro. Se trata de algunos
apuntes autobiográficos de Don Manuel Suarez Martinez. Un español que supo ser
dueño de ese boliche entre los años 1865 y 1885. Allí va contando muchas cosas
de la zona y se puede tomar conciencia de lo que era la región en un tiempo en
que aún se vivía bajo el peligro de los malones, y los criollos tenían siempre
a mano algún parejero para huir en caso de emergencia. Hay relatos de sus
viajes quincenales desde La Providencia a Tandil, donde hacían un camino que
pasaba por el boliche San Manuel, cerca de donde está hoy el pueblo, la
pesquería y otros parajes conocidos. Nombra estancias en las que hoy me toca
trabajar. Los Eucaliptus, Villa Italia, San Antonio y varias más.
En
La Providencia, que en esa época estaba rodeada por un foso y una empalizada
para defenderse de los indios, hicieron la primera huerta con todo tipo de
legumbres y hortalizas, para el asombro y beneplácito de los estancieros de la
comarca, que tenían bien metida en la cabeza la idea de que esta tierra y este
clima no eran propicios para la agricultura. Además, estaba la convicción del
paisanaje de que agacharse a trabajar el suelo, iba en desmedro de su hombría
donde solo cabían los trabajos con la hacienda, cuanto más baguala mejor.
Evoca
épocas bravas donde la ley y la policía no intervenían demasiado cuando había
algún conflicto. Se trataba de poner el pecho y el cuerpo a la situación. Así
cuenta Don Manuel varias peleas con matones reconocidos, donde los bravos “gallegos”
de La Providencia salieron airosos. Hubo un encontronazo tremendo con un tal
Juan Gregorio que terminó con el malo desmayado por un terrible garrotazo que
le abrió la cabeza y lo hizo entrar en razones para siempre. Tanto, que terminó haciéndose
bueno y casándose con una chica de honor. Hasta los famosos hermanos
Barrientos, que tuvieron su guarida en la sierra de Barbosa, cayeron un día de
carreras al boliche, con ganas de armar bronca y fueron correteados por estos
valientes pioneros.
Hoy
el boliche está cerrado, pero algo tiene que me invita a tomar mate un rato
algunas veces que paso con tiempo. El campo pertenece ahora a la familia Riglos
y va mi recuerdo al fallecido José María, hombre campero como pocos, gran
pialador, muy de a caballo, generoso y hospitalario, que me distinguió con su
amistad.
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