viernes, 3 de enero de 2014

Una cuestión de fé

En 32 años de profesión he hecho 11 cesáreas en yeguas con buenos resultados, sobre todo en las últimas, donde fui ajustando varios puntos críticos de la operación a campo. La semana pasada, casi a fin de año y en medio de calores agobiantes, pensé que se venía la número doce.
Me llamó Roberto Parra. Encargado desde hace años de la estancia “La Serrana”. Tenía una yegua que no podía parir. Eran las 3 de la tarde y llegué al campo envuelto en una nube de tierra. La alazana estaba en el corral de la manga, sudada hasta las orejas y haciendo pujos desesperados para sacarse al potrillo de las entrañas. Roberto y Palmira, gente de mucha edad y cosas vivídas, me esperaban ansiosos. La alazana era la yegua que el patrón les había regalado cuando Roberto se jubiló. La habían llevado a servir a lo de Tarragona con un padrillo árabe muy bonito, y se habían pasado casi un año esperando este día.
Metimos la parturienta en la manga, me puse la ropa de trabajo, preparé varias cuerdas e instrumentos para la tarea, y llenándome los brazos con lubricante, me zambullí en la dilatada vagina. El sol castigaba sin piedad. Pronto supe que el potrillo no salía porque tenía ambas manos hacia adelante, pero el cuello y la cabeza desviados hacia atrás “mirándose” el flanco. Mientras yo trataba de acomodar el desarreglo, la yegua hacía tremendas contracciones que me apretaban el brazo con fuerza, sin dejarme lugar para maniobrar. Los minutos se hacían interminables y los gotones de sudor pronto me cubrieron todo el cuerpo. Roberto estaba un poco más sereno, pero Palmira se ponía cada vez más pesada haciéndome mil preguntas sobre el asunto. Yo contestaba cortito y sin ganas y la desesperación me iba ganando de a poco. Los brazos se me acalambraban pero no lograba tocar la boca del potrillo para poder tomarlo firmemente y luego traer la cabeza hacia mí.
Como a los 20 minutos. Completamente dolorido y cansado, deje de intentar y me arrodille al lado de la manga, tratando de recuperar fuerzas, pero casi seguro de que iba a tener que cortar.
Por fin me paré y Palmira, contenta, apretó con fuerza un rosario que tenía colgado al cuello y empezó a rezar en voz baja y con los ojos cerrados. No sé lo que pasó. En cuanto metí nuevamente el brazo, noté que todo estaba mucho más blando y mágicamente, llegué hasta la lejana boca de la cría. El resto fue simple. En cuanto arregle la torsión, la yegua hizo un último pujo y el potrillo salió despedido a mis pies.
Palmira, dijo ¡Amén!, le dio un beso al rosario y me miró sonriente.


1 comentario:

  1. Buenas noches desde España amigo Jorge, como siempre tus dotes de buen veterinario se ve en los tratamientos con tus pacientes. Y la solución de esta yegua ha sido todo un éxito.
    Pero te quería hacer una pregunta. ¿Lo que has hecho con esta yegua ha sido una cesárea?, ó ¿ha sido una maniobra de recolocación del feto dentro del útero de la madre?. Por estas tierras, una cesárea es cuando se abre el abdomen y se llega por vía quirúrgica al útero de la yegua para sacar al potrillo y luego hay que cerrar y esperar a las complicaciones de una intervención en un caballo. Ya me comentarás vuestro concepto de cesárea.
    Saludos cordiales de Gabriel. y Feliz Año Nuevo.

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