Juanita hace como diez años que es viuda. Tiene una
linda casa en San Manuel y unas ganas enormes de tener novio. Por eso, cuando
Francisco la sacó a bailar una milonga en la fiesta de los jubilados, vio la
luz en el fondo del túnel. Francisco pisa los setenta, está gordo y deshecho,
pero es simpático y, lo que es más importante, vive solo con su madre en un
campito importante en el acceso a San Manuel.
Juanita tendrá tres o cuatro años menos, pero está
fibrosa y aguerrida como en sus años mozos, así que a partir de ese sábado de
noviembre, empezó la “cacería” de ese buen partido. Un solterón y con campo.
Esperó encontrarlo en el baile de Fin de Año de la
escuela 15, pero Francisco andaba con la cosecha de cebada. Le mando mil
señales a través de conocidos, pero el pobre, tal vez sin experiencia en esos
manejos, no las registró.
La última desilusión fue el esperado encuentro de
Navidad en el Club Atlético, donde la comunidad del pueblo se junta después de
las 12 de la noche, y se desparrama en brindis y bailes alocados. Pero
Francisco tampoco fue. Entonces, dos días después de Reyes, Juanita tomó la
resolución de agarrar el toro por las astas. Armó una valija grande con la ropa
más necesaria, se puso coqueta, se maquilló y se tomó el colectivo que lleva a
la gente hasta el paraje la Alianza. Se bajó en la tranquera del campo de
Francisco y caminó los cien metros hasta la casa, con la valija a cuestas,
decidida a instalarse allí para compartir la vida de su hombre.
Cuando Hortensia, la madre de Francisco, se enteró
de que Juanita estaba decidida a ser su nuera, se calentó al instante. Gallega
temperamental y celosa de su “pollito”, comenzó increpándola de palabra y
terminó sacándola de la casa a los empujones.
Cuando Dante regresó desde La Alianza manejando el
colectivo, se la encontró de nuevo a Juanita que volvía derrotada para San
Manuel. En un ratito se le había terminado la historia de amor.
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