Me lo contó Arnoldo Fuentes cuando le pregunté por su familia, sobre todo por su hermano mellizo Hortensio, que se fue de la zona hace más de veinte años, después de separarse de su mujer en muy malos términos.
-¡No sabe que triste Jorge! Por lo que me dijeron, la
cosa fue así. Arrancó con un temporal tremendo que duró casi una semana. Llovió
sin parar. A veces con alguna granizada, mientras el viento volteaba los
árboles, que no hacían pie en el suelo blando y barroso. Noche y día. Día y
noche sin parar. Dicen que fue tremendo. Hortensio vivía solo en un ranchito
asentado en barro, en la parte más alejada de la estancia Los Miraflores, en La
Pampa. Casi no veía gente, porque solo se movía a caballo, y el casco de la
estancia estaba a más de un día de marcha entre cañadones, lomadas y montes de
piquillines, talas y arbustos espinosos. No tenía teléfono porque en esa zona
no hay señal. Tampoco luz ni televisor. Solo se entretenía escuchando la radio
a pilas y conversando con sus siete perros.
Una vez por semana, el encargado del campo, le
llevaba las provisiones y los vicios en un jeep destartalado. Se quedaba un
rato mientras tomaban mate. Se contaban algunas novedades, y ahí nomás empezaba
otra semana de soledad ¡Pobre Hortensio! ¡No se cómo aguanto tantos años viviendo
así!
La cuestión es que en esos días de temporal, el
encargado no hizo su recorrida, esperando que el tiempo mejorara. En cuanto
oreó un poco el camino, se largó para el puesto de Hortensio. No bien llegó, le
llamó la atención que no saliera a recibirlo, entonces vio que parte del techo
del rancho se había volado, y se preparó para alguna mala noticia.
Apenas abrió la puerta, sintió el fuerte olor a
podrido. Allí estaba Hortensio, caído debajo de unas chapas, atravesado por un
tirante de madera y medio comido por los peludos.
Dijo después el hombre, que se descompuso con semejante
cuadro, pero no tuvo más remedio que meter a la fuerza lo que quedaba de mi
hermano en una bolsa y llevarlo para la estancia. Como no pudieron encontrar a
ninguno de la familia para avisarle, el patrón ordenó que lo enterraran ahí
nomás, al lado del galpón. No muy hondo, por si alguna vez aparecía alguno de
nosotros a reclamar el cuerpo.
¡Así terminó el Hortensio, Jorge! Una vida triste y
una muerte fea.
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