jueves, 20 de mayo de 2010

Embretando

Eulogio Rodriguez es chiquito, flaco, nervioso y solterón. Debe estar por cumplir sesenta y cinco años porque anda diciendo que se jubila pronto. Vive con ocho perros que hasta duermen amontonados con él en un catre bien mugriento. Usa unos lentes gruesos y una gorrita de vasco del tamaño mínimo de su cabeza, bien encasquetada hasta las orejas.
Y como no podía ser menos chupa como una esponja. Vive en una nube de pedos.
Ese día había que trabajar en la manga, así que llevé un ayudante de San Manuel porque Eulogio es como tener medio hombre nomás. Encima es porfiado y no hay manera de convencerlo de que se mantenga lejos y no estorbe. El quiere trabajar: -¡Que para eso estoy Jorge!- Me dice siempre.
Así que decidí que él embretara mientras nosotros ibamos haciendo todos los trabajitos adelante. Encerramos las primeras vacas negras. Bien gordas, grandes y pesadas, y allá fué Eulogio, obediente, a echar con un palito de eucaliptus.
Pero Eulogio es muy petiso. Entonces se subió en las tablas del huevo y parandose en una de las últimas, empezó a revolear el palo así mamado como estaba.
Me acuerdo que pensé: -¡Este loco se vá a matar!-
Y así fué nomás. De golpe Eulogio quiso tocar una vaca que estaba lejos y vimos que se iba de cabeza como en cámara lenta para abajo. Pareció como si se tirara en una pileta ¡Y desapareció!
Corrimos para atras y abrimos la tranquera para sacar las vacas y allá al fondo, pegado en el barro, vimos el cuerpito de Eulogio como muerto. Estaba todo pisoteado pero conciente.
Y aunque parezca mentira, Eulogio solo tuvo un esguince en las cervicales por el zambullón y nada mas. Ningún hueso quebrado ¡Será cierto nomás que cuando uno anda en pedo no se lastima porque el cuerpo está flojo!

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