viernes, 9 de septiembre de 2011

El sucio

Tipo mugriento era el Pacha Gimenez. Porque una cosa es vivir en las peores condiciones y no tener recursos ni posibilidad de andar medianamente aseadito, y otra es no calentarse por ser amigo del agua y el jabón.
Su casa en el campo “La Muesca” era un muestrario de huesos y pedazos de cuero desparramados en el frente. Después de cada comida abría la puerta y tiraba todo ahí nomás a dos pasos. Suerte que la manada de perros emprolijaba el terreno llevándose lo poco que servía para comer, y las ovejas le mantenían las pajas cortaditas como para poder caminar. No abría nunca las ventanas porque ya las celosías se habían desarmado, así que adentro, solamente se manejaba a candil o a farol de kerosene. Yo entré solamente una o dos veces, y tuve el gusto de conocer al montón de lauchas que vivían sobre la mesada.
Lo peor de todo era aguantarle los olores. Era todo jediondo. Su boca, sus sobacos y sus partes escondidas manaban aromas asquerosos. Pero tal vez lo peor eran sus patas. Porque ya decirles pies sería un homenaje. Como tenía las uñas tan largas, las alpargatas se le rompían en las puntas y los dedos negros se le escapaban desparramandose sobre el suelo. Encima el Pacha tenía la costumbre de sentarse en las tablas de la manga a cada rato, cruzar la pierna y escarbarse con la mano entre los recovecos del pie. Y de ahí sacaba algunos bollos de tierra humedecida con sudor, que se quedaba amasando un rato largo, tal vez para que el olor se le pegara más.
Me decían que muchos años atrás anduvo con ganas de tener mujer y se presentó en un baile de carnaval para ver si pescaba algo. Se había lavado apenas la cara y peinado algunos pelos sobre la frente. Se puso las botas que escondían la negra mercadería, y las mejores pilchas de ocasión. Cuando se arrimó a la cantina y pidió una ginebra, los parroquianos se fueron alejando discretamente. Solo el chueco Albarracín, ya mamado, y seguro que con poco olfato, le dio conversación. Como a las diez de la noche, la ginebra hizo efecto y el Pacha se la encaró a la negra Pardales, que sabiendo que el tipo era dueño de un campito, pensó que el resto no era demasiado importante. Y salieron a bailar. Y en cada vuelta de aquella milonga machaza, la negra sentía que se iba descomponiendo sin remedio. El Pacha había levantado los brazos para rodearla, y como estaba nervioso, empezó a jeder peor que un zorrino. Hasta que la pobre negra ya no aguantó más, se fue corriendo a vomitar en el terreno al lado del club, y después se escapó para su casa, donde quedó en cama dos días.
Y el Pacha se dio cuenta que tendría que seguir su vida solo.

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