¡Otra
vez! Pensó la vieja vaca careta.
Allá
andaba Ramón, el encargado, en su caballito gateado overo, con sus perros malos
detrás, encerrando el lote de vacas y vaquillonas. Era el día del tacto y el
sangrado anual para diagnóstico de brucelosis.
Los
perros corrían afanosos ladrando y mordiendo a las remolonas. Nuestra
protagonista se ligó una tremenda dentellada en el garrón izquierdo, solo por
ser vieja y no poder trotar a la par de las otras. Llegaron a la manga.
-¡Ahí
anda Spinelli!- Dijo una. Se dieron vuelta para mirarlo. Los últimos años se
habían acostumbrado a su inspección rápida y con poca molestia. Empezaron a
desfilar. Alrededor de las diez de la mañana entró la vaca vieja.
-¡Acá
voy de nuevo!- Pensó, mientras el cepo le apretaba el cogote. Le dolía el mordisco
en la pata, pero ya estaba acostumbrada a esas cosas.
-¡Vacía!-
Cantó Spinelli -¡Esperen que le corto la cola!-
-¡Como
si no supiera yo que no estoy esperando un ternero! Este verano no se me acercó
ningún toro. Debe ser porque estoy fea nomás- Razonaba la rumiante
-¡Y
vieja!- gritó Juan después de mirarle los dientes. Pero cuando nuestra vaca
estaba por salir se oyó: -¡No la larguen que le corto la oreja!- El del cepo
volvió a cerrarlo con fuerza y algo así como electricidad recorrió el cuerpo de
la pobre, y por si fuera poco, sintió el frío del cuchillo cuando le rebanó la punta de
la oreja derecha.
-¡Listo!-
Dijo Juan. Ramón abrió el cepo pero ya la vaca no pudo caminar y se largó con
la fuerza de las patas traseras hacia adelante, mostrando claramente que tenía
una fractura total sobre la mano derecha, a la altura de la escápula. Quedó
caída sin remedio en el corral de la manga.
A
mediodía, mientras la gente comía la carne asada al costado de la manga, el
dueño llamó un carnicero de Balcarce, que apareció un rato después con dos
ayudantes. Hicieron negocio mientras la vaca escuchaba muy atenta el precio, casi de risa, que el matarife le ponía en ese instante.
-¡No
valgo nada!- Pensó -Con todos los terneros que le di a este hombre, ahora me
negocia por menos de quince kilos de carne en el mostrador ¡Vida triste la de
la vaca!-
Enseguida
el carnicero se acercó a la vaca con una cuchilla enorme mientras el resto de
la gente miraba.
-¿Qué
estará por hacer?- Pensó la pobre diabla. Y casi ni sintió el acero que le
entró entre las dos primeras costillas, haciendo explotar un gran borbotón de
sangre. Antes que diera las últimas patadas, el tipo empezó a cuerearla por la
cabeza, y enseguida se la apartó del cuerpo y la tiró a un costado.
La
vaca todavía tenía los ojos bien abiertos y miraba todo con calma y
resignación. Nada le dolía. Solo sentía una dulce tranquilidad. Alcanzó a ver
como partían su cuerpo en seis pedazos y lo cargaban en la camioneta mientras el resto de
la gente, aburrida con el asunto, seguía revisando a las chicas como si nada
pasara.
De
a poco se le apagó la luz y se fue sin una queja.
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