jueves, 17 de mayo de 2012

Triste final


¡Otra vez! Pensó la vieja vaca careta.
Allá andaba Ramón, el encargado, en su caballito gateado overo, con sus perros malos detrás, encerrando el lote de vacas y vaquillonas. Era el día del tacto y el sangrado anual para diagnóstico de brucelosis.
Los perros corrían afanosos ladrando y mordiendo a las remolonas. Nuestra protagonista se ligó una tremenda dentellada en el garrón izquierdo, solo por ser vieja y no poder trotar a la par de las otras. Llegaron a la manga.
-¡Ahí anda Spinelli!- Dijo una. Se dieron vuelta para mirarlo. Los últimos años se habían acostumbrado a su inspección rápida y con poca molestia. Empezaron a desfilar. Alrededor de las diez de la mañana entró la vaca vieja.
-¡Acá voy de nuevo!- Pensó, mientras el cepo le apretaba el cogote. Le dolía el mordisco en la pata, pero ya estaba acostumbrada a esas cosas.
-¡Vacía!- Cantó Spinelli -¡Esperen que le corto la cola!-
-¡Como si no supiera yo que no estoy esperando un ternero! Este verano no se me acercó ningún toro. Debe ser porque estoy fea nomás- Razonaba la rumiante
-¡Y vieja!- gritó Juan después de mirarle los dientes. Pero cuando nuestra vaca estaba por salir se oyó: -¡No la larguen que le corto la oreja!- El del cepo volvió a cerrarlo con fuerza y algo así como electricidad recorrió el cuerpo de la pobre, y por si fuera poco, sintió el frío del cuchillo cuando le rebanó la punta de la oreja derecha.
-¡Listo!- Dijo Juan. Ramón abrió el cepo pero ya la vaca no pudo caminar y se largó con la fuerza de las patas traseras hacia adelante, mostrando claramente que tenía una fractura total sobre la mano derecha, a la altura de la escápula. Quedó caída sin remedio en el corral de la manga.
A mediodía, mientras la gente comía la carne asada al costado de la manga, el dueño llamó un carnicero de Balcarce, que apareció un rato después con dos ayudantes. Hicieron negocio mientras la vaca escuchaba muy atenta el precio, casi de risa, que el matarife le ponía en ese instante.
-¡No valgo nada!- Pensó -Con todos los terneros que le di a este hombre, ahora me negocia por menos de quince kilos de carne en el mostrador ¡Vida triste la de la vaca!-
Enseguida el carnicero se acercó a la vaca con una cuchilla enorme mientras el resto de la gente miraba.
-¿Qué estará por hacer?- Pensó la pobre diabla. Y casi ni sintió el acero que le entró entre las dos primeras costillas, haciendo explotar un gran borbotón de sangre. Antes que diera las últimas patadas, el tipo empezó a cuerearla por la cabeza, y enseguida se la apartó del cuerpo y la tiró a un costado.
La vaca todavía tenía los ojos bien abiertos y miraba todo con calma y resignación. Nada le dolía. Solo sentía una dulce tranquilidad. Alcanzó a ver como partían su cuerpo en seis pedazos y lo  cargaban en la camioneta mientras el resto de la gente, aburrida con el asunto, seguía revisando a las chicas como si nada pasara.
De a poco se le apagó la luz y se fue sin una queja.

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