Es
cierto que cada cual tiene alguna habilidad. Hay que saber encontrarla. Conozco
gente que tiene montones de años pero todavía no sabe para qué tarea sirve. Y
será por eso que parecen inútiles. En cambio, para Tarigio Pizarro, el
paraguayo que vive y trabaja en “La Concepción” y al que apodan Tarugo, la
vocación se le apareció desde chiquito. Le gusta coser. Me contaba un día, que
se crió en un rancho de adobe en una estancia grande en la selva de su país.
Tiene once hermanos vivos y cuatro muertos. Eran medio salvajes. Se pasaban el
día jugando, peleando entre ellos y cazando cuanto bicharraco se les aparecía.
Además salieron todos buenos pescadores. Pero al único que lo tentaba el hilo y
la aguja era a él. Ni siquiera a sus hermanas, así que la buena de Abundia, su
mamá, lo metió en los secretos de los hilvanes, los ruedos, el bordado y los
surfilados. Medio a escondidas, porque esta siempre fue una tarea de mujeres,
pero a él le gustaba. Después la vida hizo un desparramo con su familia y
Tarigio terminó en Argentina, trabajando en el campo, cerca de Tandil.
Es
un tipo de muy buen carácter. Enérgico, trabajador, incansable en las tareas de
la manga y muy baqueano con los animales. Yo no supe de sus habilidades con la
aguja hasta el mes pasado. Me tocó ir a “La Concepción” para atender el parto
de una vaquillona. Tenía un ternero atrancado. Apenas asomaban las pezuñas
entre los labios de la vulva y se veía que eran desproporcionadamente grandes
para esa salida. Después de revisarla y evaluar la cosa decidí hacer una
cesárea. Debía ser la sexta en pocos días.
-¡Sonamos
Tarugo! Hay que abrirla- Le dije a Tarigio.
La
volteamos, maneamos y preparamos en un ratito. Mientras hacía una bonita
incisión y agarraba una patita de la ternera para sacarla, Tarigio, medio con desconfianza
me dijo:
-¡Esta
bueno esto de las cesáreas dotor! Me gustaría que me enseñara a hacerlas
¡Total! No le voy a sacar el trabajo a usté. Solamente es porque soy medio
aficionado a la costura y si me deja probar va a ver como la coso toda-
Yo
sabía que Tarugo no era tipo de andar macaneando, así que pensé que no tenía
nada de malo dejarlo probar mientras yo lo fuera guiando.
-¡Está
bien!- Le dije -Ayudáme a sacar esta ternera y te muestro como se sutura- Pero
el tipo se rió y me dijo: -¡Ya se! Lo vi varias veces y se me ocurrió que se
puede hacer un punto nuevo- Lo miré asombrado, y con algo de desconfianza, le
di la aguja, el hilo y el portaagujas. Se mando una sutura increíble y con un
leve cambió que me desconcertó, pero tuve que admitir que quedaba mejor que mi
trabajo.
-¿Qué
le parece dotor?-
-¡Increíble!
Sos un maestro-
Cuando
terminamos me invito a tomar mate en la cocina, me contó su historia y supe cómo
había encontrado su habilidad, allá lejos en su rancho de Paraguay.
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