No
me salió muy cantor. Nada que ver con el otro. Es que Román me parece que es contrahecho.
Tiene el ojo izquierdo medio cerrado, o tapado con alguna pluma, y será por eso
que anda todo el día con la cabeza ladeada. Pero en viveza no se sacan ventaja.
Este, al ser más calladito, se ve que asimila mejor las cosas en su cabeza de
pájaro, donde las ideas vuelan.
Sin
ir más lejos, ayer se puso a comentarme la última noticia de la radio.
-¿Qué
me decís de la Argentina y la exportación de carne?- Largó así de golpe,
dejándome frío por la sorpresa, como siempre.
-¿Cómo?
¿Qué carne?-
-¡No
te hagas el sonso dotor!- Me dijo medio insolente -¿O no escuchaste lo mismo
que yo?-
Y
era verdad. Estábamos escuchando “Bichos de campo”, por Radio Rivadavia, donde
un tal Longoni, decía que Argentina solo cubre ahora el 3% del comercio mundial
de carne vacuna, cuando no hace muchos años, con el 25% o 30% de participación,
era el primer o segundo exportador.
-¿Será
que los que crían vacas no quieren trabajar?- Preguntó con un canto finito.
-¡No
Román! El que cría vacas lo hace porque es un oficio que aprendió a hacer de
chiquito y que lleva en la sangre, que no lo sabe hacer cualquiera, que cuesta
toda una vida dominar y que si no lo molestaran, seguiría haciendo hasta
morirse, pero imagináte que vos tengas un trabajo o una empresa cualquiera y un
día aparece alguien a ponerte trabas a cada rato, a jorobarte con mil trámites
burocráticos, a decirte cuando podés vender tu mercadería y cuando no, a
cambiarte las reglas de juego cuando se le antoja y encima, a insultarte por
televisión solo por ser criador de vacas…
-¡Si
pasa eso, los mando a la rep…!
-¡Y
bueno! Algo de eso pasa en Argentina y por eso hay tantas menos vacas y gente
que las críe-
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