Había tomado miedo.
En realidad siempre lo sintió, pero lo había superado cada domingo que le tocó montar en alguna jineteada. La noche anterior casi no dormía, intentando adivinar entre las sombras de su rancho, al animal que le tocaría en el sorteo. Como arrancaría, cual sería el primer salto, si le jugaría en las riendas, si buscaría de bolearse o saldría por derecho. Las veces que iba por una monta especial en un animal conocido, intentaba recordar cada detalle del potro o de la yegua.
Así era la vida simple y bruta de Luciano Estevez, mensual en la estancia “El Porvenir” de Galarza. Ese mismo Galarza que lo aguantó casi seis meses sin trabajar, la vez que se le boleó enterita la yegua “la Alacrana”, y en el golpe le abrió las caderas.
Pero en el último tiempo, un miedo invencible se le había metido muy hondo dentro del cuerpo. El pensaba que era por los chicos. Que verlos jugando en el patio, o tratando de imitarlo en sus jineteadas, lo había enternecido. A veces creía que era por la edad, o tal vez el recuerdo de su accidente.
La cuestión es que cada vez le costaba más, pero no se decidía a dejar. Precisaba los pocos pesos que agarraba cuando cobraba algún premio. Tenía que terminar de pagar el terrenito.
El domingo cargó los bastos, las botas de cuero de potro y las espuelas, y lo pasó a buscar a su amigo, el Colo Suarez. Viajaron hasta Vela. Era una fiesta grande con treinta potros en la rueda. En el sorteo le toco “El Caimán”, un zaino de Pereira, que venía haciendo ruido.
Como a las once de la mañana lo ataron en el palo 2, y lo ensillaron con cuidado. Luciano se preparó. Tenía un nudo en el estómago. Dejó correr un chorro de orina por las bombachas para “agarrarse” mejor. Enriendó firme como siempre, se echo para atrás abriendo las piernas. y alzando el brazo con el rebenque, esperó que le sacaran la venda de los ojos al caballo y lo soltaran.
“El caimán” pegó un grito y se alzó con las cuatro patas en el aire arqueando el lomo. En cuanto pisó se dio vuelta para afuera, y buscó el centro del campo de doma. Luciano pegaba y hachaba con las espuelas, pero el animal parecía tomar mas fuerza en cada salto, hasta que clavándose de pronto, desacomodó al hombre hacia delante y lo sacó limpito haciéndole dar una vuelta en el aire. Luciano cayo de espaldas y al pasarlo, El Caimán le tiró una patada, justo sobre la sien izquierda. Fue un rayo. El cráneo se partió como un melón, y el cuerpo se le quedó flojito sobre el pasto.
Lo llevaron a Tandil en la ambulancia. Le costó casi dos años volver a hablar, y otro mas caminar a tropezones.
Hoy trabaja de parquero. Siempre en lo de Galarza. Perdió todo lo que quería. La mujer y los chicos se le fueron a Mar del Plata. Cada vez que se sienta en la cocina a tomar mate solo, los ojos se le llenan de lágrimas viendo las fotos que tiene sobre el aparador. En una está la que fue su familia, y en la otra se lo ve al Caimán, disparando para el campo después de golpearlo.
lindas historias me esta pasando que es como que estoy viendo lo que contas... lastima que ni un final feliz!!!! jajaja
ResponderEliminarabrazo y segui asi que seguis entreteniendonos mucho con tus narraciones!!!!
Que historia!!!ahora no se que es peor si la patada en la sien o la familia que lo dejo a este hombre!
ResponderEliminarpobre tipo no saber cual es el minuto que marcarà su destino. y despues la jineteada es un "deporte" cruel,... pero hay que suvirsele a un potro. Que sigan los cuentos, para cuando el libro?
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