domingo, 22 de julio de 2012

El Martín Fierro


José fue un tipo que creció y se hizo hombre en el duro oficio de rejuntar palabras. Es sabido que las palabras dichas no se pierden. Quedan para siempre a las vueltas por el mundo. Ahí nomás, al alcance de cualquiera como José, que se las sepa ganar.
Hombre campero, muy de a caballo, de lazo y boleadoras, trabajó sin descanso para llevar a su corral cuanta palabra suelta hubiera por la Pampa Argentina.
Se encontró algunas bien dóciles como “cordero” o “ternura”, que se dejaban conducir solamente con un chiflidito suave, pero en ocasiones, aparecían otras indomables como “redomón” o “degüello”, a las que tenía que enlazar y llevar a la rastra a su lugar.
Muchas veces, las palabras se entreveraban en frases o en versos floridos y daba gusto un arreo cuando eso pasaba.
Y así, con penalidades enormes y desvelos mayúsculos, José Hernández logró un día armar un rodeo extraordinario, del que con paciencia y sabiduría fue sacando lo mejorcito, para hacer el “Martín Fierro”, su más linda tropilla de palabras.
Entonces el hombre de campo tuvo su libro para siempre.

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