José
fue un tipo que creció y se hizo hombre en el duro oficio de rejuntar palabras.
Es sabido que las palabras dichas no se pierden. Quedan para siempre a las
vueltas por el mundo. Ahí nomás, al alcance de cualquiera como José, que se las
sepa ganar.
Hombre
campero, muy de a caballo, de lazo y boleadoras, trabajó sin descanso para
llevar a su corral cuanta palabra suelta hubiera por la Pampa Argentina.
Se
encontró algunas bien dóciles como “cordero” o “ternura”, que se dejaban
conducir solamente con un chiflidito suave, pero en ocasiones, aparecían otras
indomables como “redomón” o “degüello”, a las que tenía que enlazar y llevar a
la rastra a su lugar.
Muchas
veces, las palabras se entreveraban en frases o en versos floridos y daba gusto
un arreo cuando eso pasaba.
Y
así, con penalidades enormes y desvelos mayúsculos, José Hernández logró un día
armar un rodeo extraordinario, del que con paciencia y sabiduría fue sacando lo
mejorcito, para hacer el “Martín Fierro”, su más linda tropilla de palabras.
Entonces
el hombre de campo tuvo su libro para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario