A Juan Galíndez ya no se le ocurría
como hacer, para llamar la atención de la gauchita Palmira Gómez. El muchacho
trabaja de mensual en el campo de Arguello y conoció a Palmira en la tertulia
del Club Atlético, un sábado de julio.
Esa noche hacía un frío tremendo y
ya estaba helando cuando empezó el baile. Como a las dos de la mañana, Juan salió
a la calle a fumar con algunos amigos y allí estaban sentadas, en el paredón
del club, Palmira con sus dos primas. El frío fue el motivo del comienzo de la
charla de los jóvenes, y pronto estaban a las risas, producto de los
nervios, la ansiedad del encuentro y alguna cerveza de mas.
A Juan se le prendieron en el alma
los ojos de Palmira. Quedó como atontado. Tanto, que en la semana siguiente se
accidentó con el tractor, por ir con la cabeza en cualquier cosa, menos en el
trabajo. Cuando se recuperó comenzó a cortejarla. Cada fin de semana se iba al
pueblo a caballo y pasaba por la casa de la bonita. Pero no había respuesta. Se
compró ropas buenas. Se peinaba con gel, haciendo que los pelos lucieran brillosos
por debajo del chambergo. La muchacha parecía no registrarlo.
Hasta que un amigo le dio la idea de
hacerle la pasada por la casa… ¡Pero en moto!
Juan ahorró con mucho trabajo unos
pesos, y con algo más que le prestó el patrón, se compró una Gilera roja. Usada pero impecable. Empezó
a tomarle la mano en las calles de tierra, y en unos 15 días ya se sintió
bastante seguro en su nueva máquina. Además, su amigo, veterano de las dos
ruedas, le enseño la forma de hacer Willy, es decir, levantarla en una rueda. Y
Juan, ávido por aprender, pronto logró hacerlo sin mucho esfuerzo.
La primera pasada por lo de Palmira
en la moto, la hizo un sábado de diciembre. La bella y algunas amigas estaban
charlando en la vereda. De pronto, en la punta de la calle, apareció el galán.
El tipo, al ver a su amada y darse cuenta de que todas las muchachas lo estaban
mirando, se emocionó, y para mayor efecto, hizo una Willy tremenda, a buena
velocidad.
Pasó frente a las asombradas
espectadoras con cara de ganador, pero a los veinte metros se le cruzo el auto
de Magallán y se lo chocó redondamente, volando como un pajarito contra el
cordón de la vereda de Palmira.
Lo que más bronca le dio no fue el
accidente, sino que se juntó un montón de gente a ver lo que había pasado y
Palmira, que llegó corriendo despavorida, se arrodillo junto a él y le dijo:
-¡Sonso! ¡Me gustabas más cuando pasabas a caballo!-
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