Los animales tuertos son un peligro para los que andamos entre ellos. Como tienen un lado ciego, si no nos corremos cuando pasan cerca, seguro que nos atropellan.
Eulogio Martinez era un viejito, ya finado, que se dedicaba a la compra-venta de caballos. Ese día fue a revisar cuatro potros a un campo cerca de Licenciado Matienzo. Como de costumbre, charló un buen rato con el encargado antes de meterse en el corral redondo de palos, con la infaltable libretita en la mano. Los potros, criados en la sierra, eran muy ariscos y lo recibieron a los bufidos.
Eulogio los revolvió un poco, miró bien cada detalle, pelajes, manos y patas, alzadas, cuartos y mil cositas más que su ojo entrenado era capaz de ver. Cuando terminó se largó al tranco cruzando el corral, con tanta mala suerte, que no se dio cuenta que habían quedado tres de los animales frente a él y el cuarto, tuerto por completo, asustado al verse solo, se le vino de atrás a la carrera y le pegó tremendo pechazo en la espalda.
El viejo salió despedido hacia adelante y rodó hasta el borde del corral. Y ahí quedó. Completamente descalabrado y dolorido. Pero, cosa de mandinga, no tenía ni un hueso roto, y a los pocos días, ya había vuelto a las andanzas por los campos de la zona.
Eulogio Martinez era un viejito, ya finado, que se dedicaba a la compra-venta de caballos. Ese día fue a revisar cuatro potros a un campo cerca de Licenciado Matienzo. Como de costumbre, charló un buen rato con el encargado antes de meterse en el corral redondo de palos, con la infaltable libretita en la mano. Los potros, criados en la sierra, eran muy ariscos y lo recibieron a los bufidos.
Eulogio los revolvió un poco, miró bien cada detalle, pelajes, manos y patas, alzadas, cuartos y mil cositas más que su ojo entrenado era capaz de ver. Cuando terminó se largó al tranco cruzando el corral, con tanta mala suerte, que no se dio cuenta que habían quedado tres de los animales frente a él y el cuarto, tuerto por completo, asustado al verse solo, se le vino de atrás a la carrera y le pegó tremendo pechazo en la espalda.
El viejo salió despedido hacia adelante y rodó hasta el borde del corral. Y ahí quedó. Completamente descalabrado y dolorido. Pero, cosa de mandinga, no tenía ni un hueso roto, y a los pocos días, ya había vuelto a las andanzas por los campos de la zona.
De los Pingüinos hay alguna anecdota parecida???????
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