Juan Iturbe es croto por decisión propia. Dejó sus cosas hace muchos años y vive caminando entre las sierras y las vías del tren, aprovechando lo que le da la naturaleza. Anda sucio, con una enorme barba, en patas, y vestido todo el año con un antiguo saco marrón.
A veces me lo encuentro en alguna tranquera y charlamos un rato. Es muy divertido. La semana pasada lo vi muy ocupado en algo entre unos pajonales y me bajé a curiosear. Lo saludé pero no me contestó.
Había metido un alambre de púas retorcido en una cueva y lo hacía girar despacito. Al rato se ve que algo pasó, porque el alambre ya no dio más vueltas y entonces empezó a tirar hacia afuera con suavidad. De la cueva salía un chillido agudo hasta que por fin apareció un zorro grandote con los pelos del lomo enredados en la punta del artefacto. Cuando se vio afuera, el animal se enfureció y se abalanzó sobre Juan tirando mordiscones, pero mi amigo, muy canchero, le pegó un palo en la cabeza que lo desmayó y enseguida lo degolló.
Y mientras lo cuereaba, nos pusimos a charlar. Prendió el fuego, ensartó el cuerpo gordo del zorro en una rama verde, y se puso a asarlo tranquilamente. Me invitó a probarlo pero le agradecí con cortesía y seguí mi camino para San Manuel.
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