sábado, 9 de abril de 2011

Los dueños

Normalmente nuestro pacientes están acompañados por el propietario durante nuestra intervención. Son raros los casos en que podemos trabajar a solas con el animal y la verdad que, personalmente, los disfruto mas. Poder revisar tranquilamente un caballo, una vaca o un perro, mientras le hablo un poco y trato de seguir el hilo de los datos que voy tomando para llegar al diagnóstico, es muy reconfortante.

Pero casi siempre allí está el dueño ¡Y hay cada dueño!

Los propietarios de caballos, y sobre todo de los de deporte, son personas inconfundibles. Saben, o creen saber, mucho de enfermedades y tratamientos, y casi nunca aprecian la labor de un joven profesional. Cuesta años de trabajo ganarse el respeto de esta raza de gente tan particular. Además, les gusta enormemente que les demos algún tratamiento “especial”. Y si es en un frasco sin etiqueta, entregado con aire de misterio, mejor. Poco aprecio tendrá el colega que no prescribe alguna “endovenosa”, aunque sienta que no hace falta.

Los ganaderos que trabajan con hacienda de cría, acostumbrados a los tremendos azotes del clima y las políticas agropecuarias, tienen un aire resignado. Una vaca enferma o muerta los preocupa, pero no demasiado. Tanto es así, que en épocas de poco valor de la hacienda, muchos prefieren que se muera una hembra que no puede parir, antes que llamar un profesional que la salve. A pesar de que los honorarios se calculan en kilos de carne, y entonces, si la vaca no vale, nosotros ganamos de acuerdo a eso.

Los dueños de mascotas (¿Vieron que ahora se cuestiona llamarlos dueños, por una cuestión de sensibilidad?) en general son fatales. He visto casos en que lloran más por el perro que por un pariente en la misma situación ¡Y cuanto cuesta que lleguen al grano del asunto! Comienzan a describir los signos de su perrito o gatito, haciendo una historia que arranca en el nacimiento. Y lo van mechando con “graciosas” anécdotas de vida. De cómo el gato enfermo que apenas revolea el ojo, hace pocos días era capaz de abrir la puerta de la cocina, o el perro malo, que ha mordido a todo el barrio, duerme enroscadito a los pies de la cama y los despierta lamiéndoles las manos. Y nosotros pacientemente escuchando, para poder rescatar los datos que necesitamos para nuestro trabajo.

Y tenemos también a los tamberos que conocen cada vaca por su nombre o su número, o los cabañeros que siguen cada animal desde que nace, y que de tanto mirarlos, son capaces de detectar los cambios más mínimos, a veces imperceptibles para nosotros.

Este es nuestro destino. Tener siempre un intermediario relator que representa la voz de los que no tienen voz.

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