Eulogio Romano fue un gran comedor
de carne. Junto con la galleta, era la base de su alimentación. Así que era
lógico que sus desechos fecales, por decirlo suavemente, fueran de buen porte,
color y una extraordinaria dureza.
Eliminar estos elementos de su cuerpo
le llevaba un buen tiempo y esfuerzo.
Una mañana de verano salió a
recorrer el potrero del fondo en la estancia “La Agustina ”. Mientras
costeaba la lagunita llena de juncos, le vinieron tremendas ganas de defecar,
así que tranquilamente saltó a tierra, le puso la manea de botón al bayo, para
no quedar a pie, se desenrolló la faja y se bajó las bombachas para cumplir con
la tarea.
Estaba lindo el día, casi sin
viento. El Eulogio cortó un pastito y se lo puso entre los dientes mientras,
entre pujos y jadeos, iba eliminando sus productos. Pronto llegaron montones de
moscas aunque el tipo ni se molestó. El problema fue que los aromas atrajeron
también a las ágiles hormigas coloradas.
Como el hombre estaba medio
amodorrado por el bienestar del acto y la bonanza del clima, ni se dio cuenta
de que miles de hormigas invadían su retaguardia y sus partes vergonzosas.
Para cuando se avivó, tenía el
cuerpo lleno de caminantes. Se levantó espantado, sacudiéndose con las palmas
grandotas de sus manos, pero las asustadas hormigas eligieron picarlo
salvajemente creyendo que el tipo era su enemigo.
Como pudo se vistió, montó a caballo
y corrió a galope tendido casi una legua hasta la estancia. Al llegar se
desnudó y se tiró sin pensarlo en el tanque australiano. Los que lo vieron
pensaron que estaba loco, especialmente Palmira, la cocinera de La Agustina , que no
simpatizaba con Eulogio vaya a saber por que razones.
Pero el daño estaba hecho. Cuando el
hombre salió del agua, su miembro y los dos acompañantes, lucían enormemente
grandes y deformados, el trasero estaba edematoso y color rojo brillante, y las
piernas y el abdomen, le ardían increíblemente.
Esa tarde quedó internado en la
salita de San Manuel. Lo pasó mal pero se recuperó a fuerza de tratamientos y
cuidados.
Cuando volvió a la estancia lo
sorprendió algo inesperado. Palmira parecía buscarlo a toda hora. Tal vez
atormentada por algunas visiones extraordinarias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario